24. Vulnerable

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SAN

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SAN

Desde mi accidente, muchas cosas habían cambiado en mi vida. Desde mis actividades diarias, hasta mi forma de ver ciertas cosas. Me había vuelto una persona diferente, menos habladora y más sentimental. Pero incluso si la mayoría de los cambios eran positivos, había cosas malas. Afortunadamente me distancié de la Universidad durante mi etapa más difícil y estos problemas no me afectaron del todo, ya que nunca me encontré solo, siempre hubo alguien ahí para hacerme saber que todo estaba bien.

Pero cuando dejé de tener personas que me acompañaran entre clases, me sentí desolado porque los comentarios que antes no escuchaba, los comencé a escuchar. «Quítate del camino, estorbas. Múevete, inútil. ¿Por eso te terminaron? ¿Ya no la complaces en la cama?» o el que más me lastimaba «¿No eras el atleta estrella? Es una pena que te quedaras sin nada». Más allá de los insultos o comentarios y preguntas ignorantes, me dolía mucho más escuchar que ya nadie me consideraba importante.

Mi popularidad se había acabado. Nadie se acercaba conmigo. Les resultaba incómodo estar con alguien que utilizaba una silla para transportarse. Incluso cuando alguien se acercaba con amabilidad para charlar, terminaba alejándose por las miradas ajenas.

Me miraban con morbo e incluso habían esparcido el rumor de que Lia y yo terminamos porque deje de satisfacerla en el ámbito sexual. Cuando ella y yo nunca tuvimos nada en realidad.

Esos días la pasé difícil, tuve que lidiar solo con muchas cosas dentro la universidad, como cambiar de salón en salón o hacer fila en la cafetería. Y aunque ya podía ponerme de pie y hacer breves cosas por mi cuenta, debía llevar la silla conmigo aún, al menos hasta que el terapeuta aprobara el uso de muletas. No quería presionarme.

Me sentí golpeado por mi propio puño. Porque yo solía ser de esos chicos ignorantes —pero no del todo— que hacían comentarios "inocentes" sobre personas con discapacidades de vez en cuando. Aquellas pequeñas bromas que crees que no afectan hasta que lo vives en cuerpo propio.

Me dolió darme cuenta de que el acoso seguía existiendo, que la vida no era fácil y que incluso hasta en la más buena persona había maldad.

Por eso no me sorprendí cuando me acorralaron en los baños.

—Escuche que participaras en la competencia —dijo Jeno, con tono irritado.

Exhalé y cogí aire en ese mismo instante. Levanté la cabeza, mirándole con coraje y resentimiento. Decidí que no quería meterme en ningún tipo de situación que pudiera perjudicarme. No discutiría con él.

Cogí mi mochila de vuelta, inclinándome sobre la silla y levantándola del piso. La sacudí y di media vuelta, dándole la espalda a él y a sus dos amigos que también estaban ahí, cubriéndole la espalda.

—Respóndeme, San —advirtió—. No he terminado de hablar contigo.

—¡Sí! Participaré, ¿algún problema?

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