19. Lo que ocultamos

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SAN

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SAN

Sus labios presionaron sobre los míos con suavidad, tragué saliva y cerré los ojos cuando su mano se posó detrás de mi nuca, impidiendo mi escape. La piel se me enchinó y mis manos comenzaron a temblar, tuve que apretar los puños para acallar mis nervios.

No movió sus labios, solo los dejó quietos, al menos así fue hasta que me comencé a relajar cuando comenzó a acariciar mi mejilla con el pulgar. Su tacto se sentía cálido, a diferencia de las otras veces, en donde sus manos eran heladas.

Exhalé con pesadez y apreté más los párpados. No podía dejar de pensar en lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento, el estómago me revoloteaba a pesar de ser una sensación bien conocida. Era un beso, pero, ¿por qué me sentía tan nervioso?

Sentí la otra mano de Melquíades sobre mis puños, su calidez despejó un poco mi mente y supe que debía dejarme llevar, mis músculos se relajaron y suspiré por la nariz.

Abrió sus labios un poco y entonces los comenzó a mover, tan lento que desfallecí en totalidad. Su boca tenía un sabor nuevo e indescriptible, demasiado adictivo, tanto que no podía dejar solo la ternura. Lo rodeé por el cuello, sentí como se tambaleo por mi acción y al instante se apoyó con una mano sobre el reposabrazos de la silla.

Me permití saborear su boca con atrevimiento hasta que ambos encontramos un ritmo que nos estaba enloqueciendo, nuestros labios se movían con fervor, causando ligeros chasquidos de los que seguro me avergonzaría después.

Nos detuvimos cuando escuchamos personas bajar por las escaleras. Ambos teníamos las mejillas rojas, evidencia de nuestra travesura reciente.

¿Podían arrestarnos por besarnos en una comisaría? De ser así, cometería el delito veinte veces más.

—La verdad no sabemos si ha habido más casos por... ¿qué hacen aquí muchachos? —preguntó un oficial. Melquíades y yo miramos hacia lados opuestos, tan avergonzados que era imposible hasta hablar.

—¿Tú no eres el chico del accidente? —preguntó otro—. Tú madre está buscándote. Subió para ver si estabas arriba —rio—, pero bajo rápido al recordar que no puedes subir escaleras.

—Gracias por avisarme —dije.

Ambos oficiales sonrieron y me dieron unas palmaditas en el hombro como despedida y se alejaron, dejándonos nuevamente solos en ese raro silencio entre los dos.

—Creí que no besabas personas con pareja, Melquíades.

WooYoung sonrió, poco preocupado y bastante satisfecho.

—Bueno, creo que tú eres la excepción —murmuró y yo sonreí como idiota—. ¿Te gustaría serlo, San? Mi excepción.

 ¿Te gustaría serlo, San? Mi excepción

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