18. Un futuro incierto

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SAN

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SAN

Somos racionales porque de otro modo, nos lastimaríamos entre nosotros.

Aunque intenté tranquilizarme, no conseguí hacerlo. Si bien la situación me generaba una oleada de preocupación, también sentía enojo por el simple hecho de que él estuviera involucrado. No tenía idea de que pensar o de que asumir, solo me mantuve esperando, desde el otro lado de la habitación, observando como Melquíades era interrogado.

Pasaron alrededor de treinta minutos en los que no pude escuchar nada, mucho menos entender mejor la situación. Todo se seguía sintiendo tan irreal, no supe si era porque de verdad solo era un sueño o porque mi subconsciente me obligaba a no creerlo.

Por mucho que intenté controlar mi enojo, no pude hacerlo. Me sentía traicionado, engañado y sobre todo confundido. ¿El mundo era así de pequeño o era porque mi burbuja era más amplia de lo que pensaba?

Noté que la conversación estaba llegando a su fin cuando el oficial se puso de pie y observó hacia el gran cristal que nos separaba. Una mujer que esperaba junto a nosotros, encendió el micrófono, permitiéndonos escuchar la voz del oficial.

—Puede pasar, señora Choi —dijo—. También San.

WooYoung frunció el entrecejo y abrió los ojos demasiado al vernos entrar a la pequeña oficina. Parecía extrañado de tenerme ahí, podía notarlo hasta en los movimientos de sus dedos.

—¿San? —Dirigió su vista a mí, después a mi madre y por último al oficial—. ¿Qué haces aq...?

Se calló de repente, dejando su pregunta a medias. Supe que había unido los cables porque volvió a mirarme, esta vez, asustado.

—¿Fuiste tú? —pregunté. Melquíades entrecerró los ojos y noté como estos se comenzaron a cristalizar.

—San, yo... no sabía que tú...

—¿Entonces si fuiste? —Traté de cuestionar, esperando recibir una negación de su parte.

Yo no quería creerlo, yo no podía pensar ni siquiera en que él era el culpable. Ante mis ojos, Melquíades jamás haría algo así.

Permaneció en silencio, su labio inferior temblaba y sus manos se mantenían ocultas bajo la mesa. Nos mirábamos con angustia, yo más desesperado por una explicación y él más asustado por no saber que decir.

Cuando el silencio parecía eterno, y ambos nos encontrábamos al borde del llanto, el oficial solicitó que me acercara a la mesa, en donde tomó asiento mi mamá.

—San, ¿conoces a este chico? —preguntó el oficial.

Yo asentí con la cabeza, sentía que, si hablaba, mi voz se quebraría.

—WooYoung, este chico es la víctima del accidente —le dijo—. Choi San.

Melquíades soltó un suspiro y se frotó el rostro con las manos, angustiado. Lo escuché sorber la nariz y poco después secó unas lagrimas que corrían por sus mejillas. Verlo en ese estado vulnerable me destrozó, pero, sobre todo, me hizo enojar.

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