Capítulo 39

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Abrazos

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En el sueño de Akatell el elemento que predominaba era el fuego, la atracción y la ceniza. No vio el por qué no a semejante sueño; su artilugio mágico había explotado y ya no dominaría el elemento del fuego, por lo menos en un tiempo.

Aunque no era solo el fuego. Más que un sueño, era como una premonición experimental que su cerebro formaba antes de funcionar. O en parte, era lo que Akatell esperaba que fuese. También salían personas cercana a ella. Finral blandiendo una daga de punta fina, el puñal decorado con las joyas más delicadas que había visto; Yami rodeado por una nube de oscuridad a sus espaldas y mirándola por encima del hombro, fumando y jugando con su espalda. Clac clac, era el ruido que hacía esta al golpear su bien formado hombro. La Base iluminada y con la noche rodeándola era el único lugar que con el que podía soñar, como una mansión encantada. Vanessa desnuda y con una serpiente rodeando cada curva de su figura delgada y femenina... También salía Zora, jugando con la misma daga que Finral, pero sin vacilar tanto al moverla, al jugar con ella. Tampoco se sorprendió al verlo. Llevaba toda la noche pensando en él y esperando que no le pasase nada mayor que al resto. Si despertaba, definitivamente y deseando que sucediera, esperaba no recordar aquellas escenas.

Cuando se despertó, su cerebro fue el primero en hacerlo y luego sus terminaciones nerviosas. Aún sin abrir los ojos supo que el olor a medicinas no era normal e un campo de batalla, ni el olor metálico de los instrumentos quirúrgicos y la sangre. O por lo menos de este primero. La sangre podía ser una excepción en cualquier situación; era Mereoleona quien le inculcó ese pensamiento después de atacar a tantas bestias en el bosque y comérselas. Lo mejor de aquello era esperar a que la comida se hiciera, y no el primer y el segundo paso. De los tres, era el mejor. Su cuerpo se sentía suspendido en una nube de diferentes texturas. Por la zona de los pies era la más cómoda, mientras que por la cabeza y el tronco superior se sentía como en un reformatorio o comiendo frente a un grupo de nobles estirados con una etiqueta. Algunas partes del cuerpo le dolían aún sin moverse, con tan solo respirar. Eso era un avance; respiraba sin ayuda y por sí misma. Aunque cuando lo hacía le costaba. El sabor a sangre ya no abundaba en su boca, ni corriendo por sus mejillas. Eso, o se había quedado sin sangre.

Al intentar abrir los ojos sintió una gran punzada alrededor de las cuencas, como si miles de diminutas agujas se clavasen en la delicada carne de su piel y se quedasen ahí, en los párpados. Cuando consiguió abrirlos lo primero que vio fue una cegadora luz que le daba de lleno y la obligó a volver a cerrarlos. Se llevó las manos al rostro sintiendo los alfileres clavarse en sus músculos al hacerlo, quejándose con un ruidito extraño. Al hacerlo de nuevo, Akatell retuvo un jadeo al ver a todas esas personas esparcidas por la diminuta habitación de piedra y grandes ventanales.

-¿Qué diablos hacéis ahí parados? Parecéis estatuas.

-Menudo recibimiento. Ni la Reina de las Espinas nos trataría así, y eso que está furiosa... -dijo el mayor de todos ellos. Unas risas se contuvieron y una serie de exclamaciones se contuvieron al escucharlo decir aquello. Sin embargo, él continuó hablando-. Por fin despiertas.

Akatell quiso rodar los ojos, pero el persistente dolor de cabeza la obligó a contenerse. No era solo la cabeza, sino todos el cuerpo. Se sentía como si una decena de elefantes le hubiesen pasado por encima. En vez de eso, observó a los alrededores como pudo, con la mano sobre la frente a modo de visera. La habitación era pequeña, pero no tanto como un cuarto de baño en la Base podía serlo, y toda la estructura era de piedra. Había dos ventanas desnudas, sin cortinas ni nada para cubrirlas; una enfrente de la cama cuyas únicas vistas eran un árbol poblado de hojas aún en la temporada en la que estaban y una a su derecha, ligeramente abierta y con alguien sentada en el alféizar interior con las manos apoyadas a sus espaldas, las palmas visiblemente abiertas. Solo con esa litera descripción supo que se encontraba en el pabellón médico de la capital, cercano a la zona real. Un escalofrío le recorrió la espalda y tensó sus músculos adoloridos. La zona real, el Reino, el Rey Mago ,el Portal... El miedo la invadió y Akatell se quiso incorporar. Sin embargo, sus músculos se negaron a trabajar y solo la dejaron incorporada sobre los codos.

Jugando a las cartas -[Zora Ideale] [BLACK CLOVER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora