Capítulo 19

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La incógnita

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Había una gotera en una de las esquinas de la habitación.

Pero eso no es algo que realmente le molestase; estaba acostumbrada a ruidos peores a esa tontería. De hecho, el sonido era lo único interesante en aquella mazmorra (aunque no es una mazmorra en sí). Las paredes de madera antigua dejaban filtrar cualquier cosa del exterior -de ahí la gotera del techo-, y que pudiese entrar en la casa solo había sido gracias al destino. A su mera suerte. Akatell se refería de esa manera despectiva a cualquier lugar pequeño, húmedo y de dudosa procedencia. Lo único que sabía, a parte de que estaba en un pueblo diminuto cuya existencia a penas desconocería de no ser por haber nacido allí, era que no era ni la mitad de grande que su habitación. ¿Quién podía vivir allí? Quizás, se planteó cuando entró en ella y vio el panorama que le ofrecía, hubiese sido abandonada hace unas cuantas décadas; Akatell sospechaba que no eran años, sino siglos de soledad lo que había pasado en aquel lugar como para ser tan pequeño.

Una pareja de duendes diminutos hubiese sido más creíble de no ser por la gran cama de matrimonio en la que estaba acostada. No era especialmente cómoda, pero tampoco podía quejarse. Aquella no era la suya, y mucho menos era su casa, por lo que llegar a decir algo malo del lugar que la había recogido con las puertas abiertas sería poco respetuoso. Eso iba en contra de sus ideales.

Era una cama grande, de olor desagradable y chirriante -el somier era de un aluminio muy oxidado-, con las sábanas sucias y llenas de agujeros. Más que un lugar en el que descansar parecía ser la típica dependencia de una prostituta en su burdel. En frente había una ventana que correspondería con la zona de la cocina: lo único que llegaba a distinguir eran las ollas oxidadas, los baldes de agua para lavar los cubiertos y la cocina de leña; al lado aún parecían mantenerse en forma algunos troncos. Akatell dudó en si encenderlos. No era su hogar. ¿Por qué hacerlo? Por un día en el que no tenía que preocuparse por si las cosas estaban en perfecto estado para preparar la comida no iba a ponerse a trabajar. De repente la inundó una profunda sensación de nostalgia. ¿Debería de haber disfrutado de esos momentos...? No sabría qué responder y cómo hacerlo. Era el trabajo de los ladrones mentir, así que ella bajaría la cabeza, callaría y escucharía lo que la gente tuviera que decir; incluso los insultos.

A un lado habían una pequeña mesa y dos sillas de madera. De inmediato supo que eran una familia de dos personas. Quizás la mujer estaría embaraza y cuando dio a luz tuvieron que compartir todo, pensó, cama incluida. Pero, ¿por qué se marcharían? Dentro de lo que cabía, si quitabas las cosas malas -por no decir , todo-, aquello era un buen hogar para una familia.

Familia.

Esa simple palabra parecía una broma. Una familia está formada por personas que te quieren y desean lo mejor para ti, no por nobles abusivos que se alimentan de todo lo que pueden y luego la mitad de ello es tirado a la basura por su gran hipocresía. Pero eso era otra cosa. A nadie le gustaba ese sistema, exceptuándolos a ellos, los de arriba. Claro, se decía y escuchaba por la calle, si ellos vivieron en las mismas condiciones e los plebeyos seria otro gallo el que cantase. Sus mirada cayó sobre una de las cuatro paredes.

Había alguien fuera.

Lo sabía. Lo acababa de escuchar. Y no era alguien sigiloso, aparentemente. Parecía como si una estampida de animales quisiera echarse encima de la chabola. Pero Akatell no estaría dentro para cuando sucediese. Con la capa y la hoja oculta en sus manos, se lanzó hacia la pequeña y angustiosa cocina y se propuso abrir la ventana. No estaba en sus mejores condiciones, de ahí que pensara que era una buena idea. Su cerebro funcionaba más rápido que lo que su cuerpo hacía. No podía romper la ventana, la sangre y ruido la delatarían. Tampoco utilizar su magia. No aquel lugar no era adecuado para su tipo de magia. No si no quisiera que todo de fuese, en palabras mayores, a la mierda. Maldijo en silencio antes de echarse encima de la cama y saltar hacia la puerta antes de que se abriera. Mala idea. Un consejo: cuando estéis en un lugar pequeño y donde apenas el aire circula, no llevéis prendas holgadas. Todo allí es una trampa. La manga derecha de su camiseta dejaba ver lo que la vergüenza y el esmero de tantos años queriéndolo ocultar había conseguido.

Jugando a las cartas -[Zora Ideale] [BLACK CLOVER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora