Capítulo 10

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Orgullo y autocontrol

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Akatell no recordaba haber visto a Finral tan herido como aquella vez. En su vida.

Cuando se conocieron, ambos en la Base de los Toros Negros después de su admisión en el Examen a Caballero Mágico, Akatell apenas había entablado conversación con él cuando Yami los presentó como estaba mandando. A ninguno de los tres le hizo gracia verse las caras. Al fin y al cabo, era uno de sus deberes como capitán de la Orden. Que todos sus miembros se conocieran para evitar problemas en el futuro. Lo primero que vio en Finral, fue que parecía uno de esos chicos que no llamaban la atención sin no lo querían, pero que cuando se lo proponían, podían hacerlo la mar de bien. Con su pelo rubio cenizo y ojos lilas, Finral era un noble perteneciente a la casa Vaude, pero él había decidido cambiar su apellido a Roulacase, la casa a la que su madre pertenecía y cuyas puertas habían estado abiertas desde su nacimiento.

Akatell no estaba en una Orden para hacer amigos, y mucho menos para entablar relaciones con alguien que apenas había visto y que ahora debían llevarse bien. Estaba allí para huir de sus propios problemas enfrentándose a otros, para dejar su mente vacía durante el combate y concentrarse completamente en este. Al fin y al cabo, era para lo que había sido creada, ¿no? La única excepción a aquella norma que ella misma se había propuesto era Yami, que por obligación era un sí rotundo a todo. Pero Finral era diferente. Él intentaba hablar con ella sin éxito, y nunca se rendía, ni siquiera cuando ella lo ignoraba o le mandaba indirectas. Al principio, pensó que era porque estaba intentando ligar con ella, tal y como las Hermanas la habían advertido antes de su ida del orfanato. Pero más tarde descubrió que no era así. Que no era lo que parecía.

Una día, después de alimentar a las bestias de Yami por la inexistencia de Magna en aquella época, Akatell lo descubrió leyendo lo que parecía ser su grimorio. Ella lo había dejado en la barra de la sala de estar porque enfrentarse a las mascotas de Yami era un peligro para todos, y su grimorio era la única forma de demostrar que estaba viva o muerta; tendían a desaparecer cuando su dueño y portador fallecían. No le dio mucha importancia a ese hecho, pese a que cuanto más supiera él de ella menos oportunidades de estar sola tenía. ¿Se estaría volviendo loca? A día de hoy, Akatell temía que hubiera sido por un acto de debilidad.

-¿Qué estás haciendo? -le había preguntado al verlo.

Sabía que estaba llena de polvo, babas y restos de comida, y que su aspecto daba demasiada pena como para aparecer de repente ante un noble como él. Pero le dio igual. Quería saber lo que estaba haciendo con su grimorio y si acabarían en un enfrentamiento. Él se sobresaltó.

-¡Ah! Yo... Yo no... Lo siento -tartamudeó, para luego darse la vuelta con la cara completamente roja de la vergüenza. Akatell vio como apartaba los ojos y como, por inercia, se llevaba una mano a la mejilla para rascarse. Esa zona estaba más roja que cualquier otra.

-Estabas leyendo mi grimorio. No hace falta que me mientas -Le dio una mirada de pies a cabeza-. Aunque dudo que lo hagas. No pareces ese tipo de persona.

Finral se encogió de hombros, y sus manos temblaron al caer a sus costados. Ella alzó una ceja.

-¿Por qué te rascas? ¿Te has metido en el bosque?

Él negó con la cabeza al instante.

-No, yo... -Bajó la mirada, y luego la alzó de nuevo, esta vez serio y con una expresión diferente a la que había estado demostrando aquella semana. Akatell apenas se sorprendió. Sabía que ocultaba algo. ¿Sería un enemigo infiltrado?-. Suele hacerlo cuando me pongo nervioso. No sé por qué, pero es así. Mi madrastra solía burlarse de ello y decía que mi hermano no tenía esa ridícula forma de expresarse a la gente, que nunca vacilaba -admitió. Lo siguiente lo admitió en voz baja-: Supongo que por eso somos tan diferentes.

Jugando a las cartas -[Zora Ideale] [BLACK CLOVER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora