Capítulo 38 - Mentiras

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Eran las seis de la mañana. En el espejo se reflejaba mi cara repleta de sombras, ya iban dos noches que no dormía del tirón y la culpa la tenía yo. Me lavé la cara, los dientes y me recorté la barba. Al salir de la habitación camino a la primera reunión del día ya parecía algo decente.

Una vez todos reunidos faltaba por llegar ella, pronto empezaba a desobedecer. Sabía que me había comportado como un capullo con ella imponiéndole tal castigo, pero mi parte más animal salió a relucir cuando la vi tan cómodamente con aquel chico.

La puerta se abrió y una chica dulce apareció haciéndome elevarme sobre la tierra durante unos segundos. Eve se hacía siempre con la sala a la que entraba, podría embaucar al propio Diablo y, lo más peligroso, es que ella lo sabía.

Se acomodó en la silla que tenía a mi derecha. Llevaba el pelo suelto, unas ligeras mallas que le hacían un culo tremendo y una camiseta térmica negra. Deseaba tenerla entre mis brazos, desnudarla, besarla, follármela.

-¿Alex? –me preguntó Samantha.

-¿Qué quieres? –espeté con brusquedad por haberme sacado de mi fantasía.

-Que si te parece bien que hagamos los preparativos juntos, es un coñazo hacerlo uno solo –dijo coqueteando demasiado para mi gusto.

-Vale, vale... -dije sin darle importancia volviéndome a centrar en mi presa.

Vi cómo a cámara lenta, Eve se sacaba una goma de pelo de la muñeca y se ponía a hacerse una coleta. Con el movimiento de su pelo inhalé un perfume impropio de ella. Era más fuerte, era de un hombre. Recordé la marca de su cuello, disimuladamente volví a posar mis ojos sobre ella para recordarme a mi mismo la decisión que había tomado.

Al tener la tez tan blanca se le marcaba cualquier caricia. Siempre me había impuesto tener bastante cuidado sobre ello para no ser descubiertos, pero por lo que vi, desgraciadamente ella ya no pensaba lo mismo. Aparte del chupetón del otro día, que ya había cambiado de tonalidad, podía notar unas pequeñas marcas más recientes en forma de semicírculo...una mordedura.

Intenté calmarme, apreté mis puños hasta que los nudillos se tornaron blancos. Los demás profesores interactuaban entre ellos, pero no los oía. Solo quería levantarme en busca de aquel imbécil y partirle la cara.

Antes de disolver la junta, ella se despidió amablemente de todos con una inocencia inherente que solo yo reconocía el porqué. Se había corrido esa noche y no había sido conmigo. Me estaba volviendo loco.

-¿Te voy pidiendo un café, Alex? –dijo Samantha rozándome el brazo.

-Eh, sí...voy primero al baño –titubeé.

-¿Estás bien? –insistió.

-Sí, solo necesito refrescarme –y me fui.

Cuando salí del pequeño cubículo del baño vi a mi compañera Samantha apoyada en los lavabos con una mirada hambrienta, pero yo no tenia ganas de ella sino de Eve, quería fallármela vigorosamente haciéndole recordar el verdadero placer.

-Vamos, Alex... te noto estresado –dijo mientras masajeaba mis hombros–. Yo te puedo calmar... -susurró contra mi cuello.

Mi mente se debatía entre el cielo y el infierno. Sí que necesitaba desestresarme, pero no estaba bien utilizarla para intentar olvidarla. ¡Pero qué cojones! Eve también se había divertido sin mí. Su lengua en mi cuello me provocaba sin consentimiento una erección que debía ser resuelta. Sucumbí al Diablo.

-Siéntate –le ordené.

No dudó en complacerme ni un segundo y, obedeciendo a mi petición, se sentó en el baño dispuesta a lo que quisiera hacerle.

-Abre la boca –gruñí mientras me quitaba el cinturón y bajaba mis pantalones para liberar mi miembro–. Voy a follarte la boca –y la embestí.

Al terminar relamió cada gota de mi semen como si de un manjar se tratase. Si supiera que me había estado imaginando los labios de Eve rodeándome, saboreándome... en vez de a ella.

-No sabía que eras tan autoritario... -dijo tímidamente acomodándose la blusa.

-No sabes nada de mi –dije secamente saliendo del cuarto de baño.

Al terminar los preparativos fui hacia las pistas de nieve para verla en la lejanía. Su sonrisa era más brillante que el sol, se divertía a su manera bajando lentamente por la pista, siempre tan cautelosa. Adoraba cada centímetro de ella, su mal despertar, su orden dentro del desorden, las cenas de comida china que habíamos impuesto como tradición de los viernes... pero a la misma vez me dolía. Me dolía verla preocupada, ver cómo estaba consumiendo los fines de semana conmigo en vez de estar saliendo con sus amigos, su indecisión oculta de si los nuestro estaba bien o cuánto iba a durar.

Era plenamente consciente de la situación y lo mejor que podía haber hecho es dejarla libre para que se aclarase. Si el destino quería volver a juntarnos, no volvería a dejarla jamás. Se me atragantaba la imagen de sus lagrimas pensando en que la había engañado. En ese momento aún no había pasado nada con Samantha, pero mentirle era la única forma para que aceptara mi decisión.

Poemas CarnalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora