Capítulo 28 - Anhelo

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-Eve, creo que no deberíamos hacer nada... -dijo él intentando alejarme en vano. 

Le cogí del cuello de la camisa con la intención de acercarlo para que pudiera sentir que mi cuerpo pedía, gritaba, lo contrario.

-De verdad Evelyn, creo que esto...en fin... -dijo alejándose de mí.

No iba a rendirme, el pecado de la lujuria me había poseído y la angustia de que pudiera ser nuestra última noche alentaba mis más oscuros deseos. Me arrodillé y me senté sobre mis talones, me había estado informado del estilo sexual que le gustaba a Alex y mi acto era una clara declaración de que era su sumisa.

-No me hagas esto... -dijo él asombrado de verme así, dispuesta para él.

-Profesor, por favor, estoy lista para la lección.

-Joder Eve, no sabes dónde te estás metiendo... -dijo con los puños cerrados a sus laterales, conteniendo a la bestia que llevaba dentro.

Me levanté, me quité mi ropa interior y me puse en la cama a gatas, dejando ver una clara imagen de mi intimidad. Su respiración se aceleraba a cada movimiento que realizaba. Giré levemente mi cabeza para ver a un lobo depredador a la caza de su presa.

-Profesor, enséñeme –susurré.

Qué decir que esas palabras desencadenaron a esa bestia que esperaba. Se abalanzó sobre mí cogiéndome de los pechos mientras me llenaba de besos y pequeños mordiscos. Podía notar su adelantada erección contra mi culo provocándome una corriente eléctrica por cada rincón de mi cuerpo. Sus hábiles manos jugaban con mis pezones, retorciéndolos, pellizcando, acariciando... Notaba su necesidad de mí y eso me ponía a mil, solo quería que hiciera conmigo lo que quisiera.

-A partir de ahora ten cuidado con el brazo, y la palabra de seguridad es "Rojo". ¿Me has entendido? –me susurró al oído. Asentí respondiendo a su pregunta, pero el juego había empezado y para él aquello no era suficiente, su mano se entrelazó en mi pelo estirando ligeramente hacia atrás-. ¿Me has entendido? –repitió.

-Sí profesor...

Soltó mis pechos para poder acariciar cada centímetro de mi piel. Se deleitaba con mis escalofríos provocados por sus caricias. Yo seguía en la misma postura y el camino de su mano solo podía llegar a mi punto más intimo. Se entretuvo en mis glúteos, masajeándolos, de vez en cuando notaba sus dientes provocándome, necesitaba que su lengua bajara unos centímetros más. Alcé el culo para ver si se daba por aludido y, ¡tanto que se dio! Recibí un buen azote en respuesta a mis deseos. El pequeño dolor producido se convertía en placer en microsegundos y creaba en mí la necesidad de otro más.

-Me pones demasiado. ¿Qué voy a hacer contigo? –gruñó mientras me daba otro azote.

-Hágame suya profesor... -supliqué.

-Te voy a follar tan fuerte que no vas a poder sentarte –su voz profunda junto con otro azote me provocaron tal gemido que pensaba que había tenido un orgasmo.

Me ordenó que me girara y me sentara al borde de la cama, mientras, él iba a la pequeña mesita donde se encontraba su cartera para coger los preservativos. Me hipnotizaba cada movimiento suyo. En un abrir y cerrar de ojos lo tenía enfrente de mi con la camisa abierta. Sus abdominales invitaban a lamerlos, sin articular palabra me dejó claro lo que quería que hiciese.

Desabroché hábilmente su cinturón junto con su pantalón y se los bajé lentamente, mientras mi boca lamía la línea justo encima de los bóxer. Podía notar y ver la erección que tenía debajo de ellos, quité el último trozo de tela que nos separaba y le miré a los ojos mientras introducía su enorme polla en mi boca. Poco a poco fui aumentando la velocidad, su pecho no paraba de subir y bajar al unísono de mi mamada. Sabía que no le quedaba mucho cuando su cuerpo empezó a tensarse bajo mis efectos, así que proseguí con todo mi ímpetu para hacerlo sentir bien dentro de mi. Sus gemidos gruñendo mi nombre mientras se corría en mi boca eran música para mis oídos.

Se quitó del todo la camisa, me cogió por la cintura y me lanzó contra la cama. En unos instantes tenía su peso encima de mi, sus labios me devoraban mientras nuestras lenguas bailaban al son de nuestros gemidos. Sus labios se trasladaron a mi cuello y al resto de mi cuerpo, no podía más con aquella excitación y el lo sabía.

-Suplícame- susurró en mi piel.

-Por favor, profesor...

-Dime que es lo que quieres... -dijo arrastrando cada palabra mientras bajaba entre mis piernas.

-Cómeme...

Su lengua chocó contra mi clítoris haciéndome estallar en un sinfín de sensaciones. La velocidad de su cometido ascendió rápidamente. Tenía que contenerme para no correrme en escasos segundos. Noté como dos de sus dedos se adentraban en mi interior cargando una oleada más de placer, no podía parar de gemir pero necesitaba más y más, nunca antes me habían llevado tan al límite. Noté como cambiaba un poco de posición la mano para que un tercer dedo jugara con mi ano.

-ROJO -advertí, eso era impensable.

 Vale... -susurró aún pegado a mi coño.

Se levantó y me hizo un gesto para que me girara, volví a mi posición inicial y oí como rascaba el envoltorio de un preservativo. Poco a poco comenzó a entrar en mí, pero yo estaba más que preparada para recibirlo. A medio camino decidió meterla entera de un golpe robándome un grito ahogado, disfrutaba viéndome así de necesitada. Salía poco a poco y volvía con una estocada acompañándolo de algún que otro azote. Ya no sentía nada de dolor, sino al revés. Empezó a acelerar el ritmo de sus embestidas hasta tal punto que no podía mantenerme sobre mis brazos, notaba como se agolpaba la presión en mi vientre y pocos segundos después solo podía escuchar nuestros nombres en los labios del otro, reclamando nuestro ansiado orgasmo.

Extasiados, nos rendimos sobre la cama. Cogió las sabanas y nos tapó antes de adentrarnos en un profundo sueño coronado con un suave beso lleno de cariño en la frente. No sé si fue mi subconsciente o el subidón de dopamina, pero hubiese jurado escuchar un suave <Te quiero>.

Poemas CarnalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora