El Giratiempos de Andrea

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Andrea estaba sentada desayunando cuando Rosie se sentó a su lado.

-Buen día, Andre.- Saludó, tallándose los ojos.- No quiero ir a estudios muggles.- Se quejó.

Andrea guardó silencio, presionando su bolsillo. Había faltado a estudios muggles desde inicios de año.

Todo comenzó hurgando entre las cosas de su padre, que trabajaba en el Ministerio de Magia. Dentro del cajón prohibido (que jamás fue prohibido para ella mientras no la encontraran), había un curioso objeto, era tres círculos concéntricos con un intrigante reloj de arena inscrito en el círculo menor. Dedicó semanas a averiguar de qué se trataba, hasta que llegó a la respuesta en un libro.

El extraño objeto dorado era un Giratiempos. Se trataba de un artefacto que podía alterar el flujo del tiempo y jugar a voluntad. A pesar de esto, era peligroso.

Dudó por un segundo, pero decidió no hacerlo. Mostrarselo a Rosie, aún siendo su mejor amiga, era arriesgado, a veces podía ser demasiado impulsiva. Ni siquiera se supone que tuviera ese artilugio en su poder, si su padre se enteraba, la colgaría de los meñiques.

La clase de estudios muggles pasó realmente aburrida, Andrea le dio un giro a su artefacto y la sala se encontró vacía. Se puso de pie y fue a la clase de encantamientos, que estaba por empezar.

-De dónde saliste?- Preguntó Rosie, viendo que Andrea prácticamente salía de la nada.

-Estuve aquí todo el tiempo.- Sacó su libro del bolso. Rosie iba a hacer más preguntas, pero la llegada oportuna del profesor salvó a Andrea de una explicación poco correcta.

Rosie sospechaba algo, pero no tenía certeza de lo que pasaba. Andrea nunca hablaba en estudios muggles, luego desaparecía como por arte de magia.

A la semana siguiente pasó exactamente lo mismo.

-No has notado que Andrea está... Extraña?- Preguntó a Joaquín en el almuerzo. Joaquín paró su tenedor y la miró.

-Extraña cómo?- Se llevó una porción de fideos a la boca.

-No lo sé... No sabría decirlo... Es como si desapareciera a veces y apareciera en otros lugares. - Comentó Rosie mirando el bigote de salsa que se había formado en los labios del tejón.

Joaquín pensó. Continuó pensando mientras masticaba y apuntó a Rosie con el tenedor, abriendo los ojos.

-Tienes razón.- Dijo luego de tragar.- El otro día en herbología... Aunque quizá fui yo que tenía mucho sueño.

Rosie pensó. Quizá podría revisar su túnica o su mochila que tanto se preocupaba de cuidar. La oportinidad llegó al siguiente viernes: Entrenamiento de Quiddich con Slytherin.

Todos habían salido de los camerinos cuando Rosie divisó la túnica de su amiga.

Metió la mano al bolsillo temblando de nervios. Estaba vacío. Escuchó pasos acercándose y salió rápido del lugar, antes de que la vieran.

Se sentía mal por desconfiar de su amiga, pero sabía que traía algo entre manos.

Andrea estaba cansada de mentirles. Joaquín y Fernando hacían preguntas, y sabía de las sospechas de Rosie.

Sentados en el patio principal, Fernando la encaró.

-Ya dinos, Andrea. Has estado muy extraña estos días.

Andrea se removió en su lugar. Ya estaba por anochecer y pronto debían estar en sus salas comunes. Se atrevió. Después de todo, eran sus mejores amigos, ¿qué podía pasar?.
Metió la mano a su bolsillo y la cadena dorada brilló con los últimos rayos de sol del día.

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