Capítulo XV - Retaliación.

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La prisión federal, era por excelencia el centro de reclusión de mayor envergadura en todo el país. El problema de hacinamiento desembocaba en vertientes que solo alimentaban el ocio, los vicios y la violencia.

Uno de los subproyectos dentro del plan de gobierno de Mariana, abordaba íntegramente este problema. No sólo desde la perspectiva institucional, abarcaba además el tema judicial, particularmente en el área procesal. Una de las principales causas de hacinamiento era esta, contrario a la creencia popular cuyo dogma encierra que hay demasiada delincuencia, aspecto más ligado a la ineficiencia policial, entre otros factores que son tema de otra conversación.

Mariana dejaba claras las cosas bajo la siguiente premisa: si un individuo comete un delito en el año 1999, cuya pena estimada se calcula en quince años, para el 2014 debería estar fuera. Esto en teoría, pues, resulta que ese mismo individuo, como consecuencia de un retardo procesal, pudiera estar mucho más tiempo, solo esperando juicio. ¿Qué ocurre? Ese "cupo" que él está usando, reduce la disponibilidad real del recinto, por cuanto no existe una fecha real en la cual se pueda purgar la pena correspondiente. Si llevamos esto a mayores cotas, por ejemplo, un noventa por ciento de la población carcelaria, imaginen el impacto en el largo plazo, multiplicando por el número total de reos que representa ese porcentaje, y sumando las nuevas incorporaciones diarias al recinto.

Así de grave.

Por otro lado, consideraba inaceptable que el Estado deba "brindarle" tres comidas diarias, atención médica y recreación a transgresores de la ley sin obtener algo a cambio. De acuerdo a su lógica, no concebía el encierro como vía absoluta de purga. Que el individuo aportara productivamente al país mientras cumplía su condena, era lo correcto. Eso pagaría las tres comidas, el servicio médico, y su deuda con la sociedad.

Para muchos, su punto de vista era controvertido, pero, cuando te mostraba los números, cerrabas la boca de inmediato. Con el presupuesto anual que se otorgaba a los recintos carcelarios de manera global, podías reparar o dar mantenimiento al setenta por ciento de las carreteras principales, remodelar una importante cantidad de instituciones educativas, o dotar los principales centros hospitalarios del país. Inconcebible.

Aquí, Mariana no era cortés, no suavizaba el discurso. Eran unos malditos parásitos. Palabras de Mariana.

Mucho de esto, fue parte de su conversación con el ministro en materia carcelaria durante su gestión en el senado, este sujeto, Gabriel Echeverría, era de aquellos que no creía en la posibilidad de regenerar o reinsertar a un delincuente, pero tampoco movía un dedo por intentarlo.

La reunión de ese día, tuvo lugar en el área segura de la prisión, donde se concentraba el poder de mando. Mariana estaba acompañada de Michel, y cuatro caballeros que pertenecían al equipo de seguridad de Yeray. Consideró esto demasiado serio y peligroso como para traer a alguna de sus mujeres, sobre todo por los constantes riesgos de motín derivados de la situación precaria en la cual se encuentran los reos.

El lugar en cuestión, era una pequeña oficina que disponía de un sistema de circuito cerrado bastante arcaico, donde pocas cámaras funcionaban correctamente. Un escritorio que no resaltaba por su tamaño, repleto de papeles y restos de hamburguesas a medio comer, ceniceros colmados de colillas, latas de refresco... Mariana intentaba controlar la ansiedad que le producía ver tantas cosas fuera de sitio. Había sillas y un sofá de tres puestos, el cual estaba manchado de algo que solo Zeus sabe.

El director del centro, y guarden este nombre, Francis Gutiérrez, llevaba al mando del lugar aproximadamente ocho años. No brillaba por sus políticas sino por sus métodos, y traía a cuestas una serie de demandas civiles por uso excesivo de la fuerza contra reclusos, con consecuencias permanentes sobre su integridad física y psicológica; en los peores casos, la muerte.

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