Capítulo IV - Una espina, una duda.

250 19 2
                                    

Si bien la mayoría dentro del equipo consideró que la jornada fue un éxito, para Mariana estuvo lejos de eso. Todas y cada una de las cosas que sucedieron, las estuvo analizando una y otra vez... y otra vez.

Y otra...

Mariana, una de esas personas que cuando se les mete algo en la cabeza, mejor se la cortas, si quieres ir a dormir temprano.

A pesar de haber llegado un poco tarde, solo necesitó una ducha helada para recuperar energías. Previamente, había coordinado con Naisha el encontrarse en su habitación, ahí cenarían, y evaluarían el resultado real de la actividad. Naisha llegó poco después, abrazando contra su pecho la agenda donde reposaban sus ideas tatuadas en papel.

—Ordené la cena, espero que no te parezca atrevido. —dijo Mariana, al percibir que había entrado en la habitación. No levantó la mirada, estaba anotando varias cosas en su agenda y revisando unos documentos.

Naisha ignoró esto y se sentó diagonal a ella. Al verla tan concentrada, dudó un poco para iniciar la conversación, pero Mariana golpeó un par de veces con su dedo índice la mesita de té, en dirección a ella, puso el lápiz de tinta entre sus labios y luego la miró.

—Hablemos de la reestructuración. —dijo, quedándose fija en su mirada.

Naisha pudo notar el agotamiento, el malestar, incluso, vio que sus ojos estaban enrojecidos. ¿Llanto? No, no era eso, pero ciertamente parecía estar esforzándose por mantener los ojos abiertos.

—¿Te sientes bien? —Naisha la miró con extrañeza.

Mariana evadió la pregunta, comenzó a escribir nuevamente y a revisar los documentos. Las venas de su sien brotaban, palpitaban con fuerza. No era algo que podías ignorar... bueno, hay gente que es tan estúpida que puede pasar por alto cosas como esta, pero Naisha no era una de esas.

Para ella, la suma era simple, así que se levantó y fue hasta la nevera, tomó unos trocitos de hielo y los envolvió en un pañuelo. Se acercó a Mariana, y colocó la compresa improvisada en su cabeza. Mariana volteó ligeramente hacia ella y sonrió, como muestra de gratitud ante su gesto.

—¿Cómo lo notaste? —preguntó.
—El dolor no se disimula, se alivia. —Naisha cambiaba de posición el hielo, que se derretía rápidamente, haciendo que algunas gotas resbalaran por el rostro de Mariana.
—A veces toca, sobre todo cuando tienes mucho trabajo y debes continuar pase lo que pase.
—Es admirable, pero...

Las palabras de Naisha fueron interrumpidas por un golpeteo insistente a la puerta. Ambas miraron en dirección a la entrada con curiosidad.

—¿El delivery? —preguntó Mariana para sí. —No me parecen maneras de llamar a la puerta. Lo hablaré con Helena.
—Iré a ver. Detén esto. —Naisha se levantó mientras tomaba una de las manos de Mariana con torpeza para que sujetará la compresa y fue a abrir la puerta.

Era Michel.

Al ver que era Naisha quien abría la puerta, fue imposible para él disimular su incomodidad. Irrumpió abruptamente hasta llegar a donde estaba sentada Mariana.

Naisha miró a Mariana haciendo gestos que expresaban confusión, señalaba a Michel y se encogía de hombros con las palmas de las manos orientadas hacia arriba.

—Mariana, necesito hablar contigo... a solas. —Michel acentuó esas últimas palabras, al tiempo que inclinaba ligeramente la cabeza hacia un lado, sugiriendo con esto que Naisha debía abandonar la habitación.

Naisha no se hizo de rogar, comenzó a caminar hacia su habitación, hasta que escuchó la voz de Mariana.

—Michel, ahorita no voy a atenderte. Estoy en una sesión de trabajo con Naisha.
—¡Necesito que me escuches! —Michel se agachó para quedar a nivel de ella y quiso sujetarla de los brazos, cosa que Mariana rechazó por inercia.
—Mañana temprano lo conversamos, por favor, retírate.

La CandidataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora