Capítulo XXIV - San Juan del Páramo.

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Uno de los parajes más hermosos que Mariana había podido presenciar en su vida, la neblina matutina, el chocolate caliente, los pancitos de azúcar con almíbar que se sentían tan húmedos y esponjositos al morderlos... un desayuno inusual, pero recomendación expresa de Yeray. Podías escuchar a lo lejos el cantar de las aves, y uno que otro gallo que insistía en hacerse escuchar a las ocho de la mañana.

La estrategia de Naisha, tendría como centro una asamblea en la plaza del pueblo, la cual quedaba más allá del paso San Juan. ¿Recuerdan? La calle de las vueltas que marean.

Yeray tomó parte activa en aquello, por ser figura conocida dentro de aquella comunidad, y sería quien introduciría a Mariana en su entorno. Luego, una caminata para conocer el pueblo, hablar un poco de su historia, visitar la escuela, el ambulatorio, la entrada al sendero, y probablemente un paseo al final de la jornada para conocer el páramo, zona más hacia el Sur del pueblo, y cuya vía llevaba hacia el cementerio.

Todo era relativamente cercano, sin embargo, se trasladaron en los vehículos hasta la plaza, y desde ahí continuaron a pie. Yeray iba montada en el estribo de la camioneta, risueña; muchos la saludaban con cariño y ella los invitaba a bajar hasta la plaza. En un punto, le pidió a Mariana y a Naisha que sacaran el cuerpo por la ventana, y se sentaran en la puerta. Mariana dudó al principio, pero lo hizo, y que ella se atreviera, le dio impulso a Naisha. Eran escoltados por cuatro motos.

La gente reconoció a Mariana, y el efecto esperado por Naisha no tardó en hacerse presente.

—Bajen a la plaza, tenemos visita. —decía Yeray con energía.

Mariana estaba nerviosa, se sujetaba con ambas manos a la baranda, pero aquello valía la pena. Podías apreciar al fondo una enorme montaña con una cruz de madera de gran tamaño. Erizaba un poco el cuerpo apreciarla en medio del movimiento del vehículo, sentías que te perdias en la inmensidad de aquella estructura rocosa que arropaba la zona como si de un valle se tratara.

Cuando llegaron al paso San Juan, Yeray puso su cuerpo en frente para darle seguridad a Mariana, cosa que era difícil para ella, dado que se sostenía con una sola mano como consecuencia de la herida en su brazo. Aun así, Mariana pasó su mano derecha por el hombro de Yeray y eso equilibró las cosas.

El aire frío se sentía en la punta de su nariz, algo incómodo, pero no le robaba la dicha. Pese a las condiciones de deterioro general en las cuales estaba, aquel sitio derrochaba magia.

Yeray le mencionó algunas cosas importantes, zonas relevantes del pueblo y uno que otro dato curioso.

—Hacia aquella calle, está una de las vías que lleva a la salida del pueblo. Hay tres formas de salir, el paso Heilesen, que es nombrado así en honor a una de las familias fundadoras, de hecho, la quinta perteneciente a esa familia está casi al final; casi nadie va por allá. La otra, es por donde entramos, el paso de la montaña, si notaron el camino de tierra que estaba a la derecha, es una especie de trocha que da a unas cascadas detrás de las montañas, es parte del pueblo, pero nunca fue explotado. Mis amigas y yo pasamos mucho tiempo ahí, el agua es helada que lloras. La tercera salida, está más allá del mercadillo, y esa conecta con la ciudad más cercana, a tres horas y media de aquí. Hay una posada saliendo, pero, particularmente no me gusta. Por esa misma vía, hay una calle subiendo donde llegas a la comisaría del pueblo. Es la ruta más transitada, vienen a llevarse mis fresas y mis duraznos. —Yeray hizo pucheros al decir esto.
—Amo esas frutas. —dijo Mariana, sonriente, mientras miraba a Naisha al otro lado, concentrada en todo cuanto miraba.
—Te conseguiré las mejores, con crema batida. —dijo Yeray, antes de proseguir con su explicación. —Por esta calle de aquí, se llega a la escuela, y al ambulatorio, a mitad de camino, conecta con el mercadillo; después de ese punto, solo ves casas. Y por allá, la vía del Sur, hacia allá no es muy poblado, pero hay una posada a media vía. Al final está el cementerio.

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