51. Mujer De Armas Tomar

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Jamás había visto un arma de fuego tan de cerca, por primera vez siento el pesado calibre sobre las palmas de mis manos, el frio del hierro me ha paralizado de tal forma que no me permite sostenerla con la firmeza y seguridad requerida, pues todos mis dedos están entumecidos por el miedo que siento. No sé nada de armas, desconozco cuál sea el modelo y en donde tiene puesta las balas. ¿Antes de disparar debería hacer alguna otra cosa? Lo único que sé es que las balas salen por el agujero de enfrente y que tiene esa pequeña cosa llamada gatillo.

—¡N-No sé usar un revolver! —exclamo aterrada y casi susurrando—. ¡¿c-cómo se sostiene esto?!

—No es un revolver, es una pistola semiautomática —Peter me corrige en voz baja—... Solo sosténgala como pistolita de agua ¿ok?

—Las únicas pistolas que he sostenido en mi vida son las de goma caliente, las pistolas de manguera de agua, y si acaso un secador de cabello.

—Bueno, sostenlo cómo un secador de cabello, pero sin llevárselo a la cabeza, ¿Ok?

—¡Ok! —aún no tengo valor para sostener esto, y la oscuridad sigue avanzando dentro de mí.

«¡Dios mío, ¿qué hago?!».

Una bala impacta frente a la carrocería que nos esconde, el sonido es un estruendo violento que logra desatar aún más aquel terror que siento dentro de mí. El segundo disparo se escucha aún más cerca, y el tercero atraviesa las ventanas del auto; diminutos vidrios caen sobre mí y van dejando pequeñas cortadas sobre mi brazo.

—¡Nos encontraron! —grita Peter.

—¡Inocencia, ¿estás bien?! —Richard se percata de mis cortadas.

—Tranquilo, no es nada.

—Detective, son demasiados —Peter aprieta su mandíbula con mucha rabia, sus ojos reflejan pura preocupación—. Solo nosotros no podremos contra ellos.

—Ya llamé refuerzos policiales, solo resistamos un poco.

—Dios te salve, María; llena eres de gracias —empiezo a recitar en voz baja, paralizada del miedo y agachada a un lado de Richard—, el señor es contigo...

Los brazos de Richard me rodean por completo, luego fija sus ojos en los mío, esos ojos propios de un ángel guardián.

—Necesito que te relajes, yo te protegeré.

Al escuchar sus palabras solo puedo asentir de manera temblorosa, y es que es difícil, cada disparo provoca un pequeño infarto en mi corazón, es imposible poder relajarse, siento que mi oscuridad podría controlarme en cualquier momento, y no quiero, no puedo permitirlo.

Junto con los disparos se empieza a mesclar el bullicio de la multitud en el Mall... Me siento culpable, es como si yo fuese la maldición de este lugar.

—¿Serán los sicarios de los Paussini? —se pregunta Peter.

—No, tampoco son los de Diamond —le aclara el detective—... Jamás los había visto por acá, y son muy jóvenes, parecen ser adolecentes.

—¡Maldición!

—Ni se te ocurra matarlos, Peter. Apenas son unos niños —advierte Richard.

—¡No, no puedo! —lanzó pistola lejos de mí—. Me reúso a usarla contra esos chicos —con mis manos tapó mi rostro, no aguanto las ganas de llorar.

—¡¿Qué hace, señorita?! —se exalta Peter.

—No voy a matar a unos niños, Peter.

—No los vas a matar —me explica Richard—, solo tienes que dispararles a las piernas. ¿Acaso no aprecias tu vida?

De Monja A MafiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora