15. De regreso a Kingston

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Después de la tormenta siempre sale el sol, y si no sale, por lo menos deja tu camino limpio y fresco.

Estoy en medio de esa tormenta ahora mismo, y lo único que deseo es que ese único camino que tengo delante se despeje pronto y quede limpio, fresco. Estoy agotada de tanto caos y desgracias.

Poco a poco, siento cómo este mundo me arrastra violentamente hacia sus calamidades y me enfrenta a la crudeza de la humanidad. Todo esto es tan abrumador para mí; no estoy preparada para enfrentar este infierno: los disparos, los gritos, el suspense policial, el estruendo de las patrullas, las luces rojas y azules de las sirenas, los enmascarados, las ambulancias, la sangre... Veo a Delancis corriendo hacia mí con las manos bañadas en sangre.

—¡Inocencia, ¿estás bien?!

—Delancis..., tus manos...

Ella se detiene a mi lado, se ve las manos y luego las convierte en un puño.

De pronto, ambas vemos pasar una camilla que es llevada por dos paramédicos. No logro distinguir a la persona herida, pero Delancis sí, y corre tras la camilla. Mi corazón empieza a latir desbocado.

—¡Ermac, tranquilo, hermano!... Todo va a estar bien —grita Delancis, visiblemente angustiada, mientras se para a un lado de la camilla.

¿Ermac? ¿La persona con el rostro casi desfigurado era Ermac? Sin pensarlo, me encuentro corriendo hacia la ambulancia, siguiendo la camilla donde reposa el cuerpo de Ermac.

—¡Oh, por Dios! —exclamo al ver el cuerpo inconsciente de Ermac.

—¿Quién acompañará al paciente? —pregunta un paramédico.

—¡Yo iré! —responde Delancis sin vacilar.

En ese momento, Alexis llega por mi espalda, se detiene frente a mí y coloca sus manos sobre mis hombros.

—Inocencia, llamaré a Florence para que pase a buscarte a la jefatura. Mientras tanto, te quedarás con Kross. No puedo dejar a Delancis sola con tantos locos sueltos.

—Sí, comprendo.

—Supongo que aún no has comido nada. Frente a la jefatura hay un buen restaurante; cuando llegues, ve y cena algo —dice Alexis, mientras me pone algo de dinero en la mano.

—Eres muy amable, gracias.

Aún no he tenido esa agradable cena familiar que siempre sale en la TV. Justo ahora debería estar rodeada de mi familia, disfrutando de un pollo asado, una ensalada fresca y, por supuesto, una gaseosa negra. Así era como imaginaba a la familia que nunca conocí: todos juntos, riendo y compartiendo anécdotas. Un padre preguntándome cómo estuvo mi día, una madre escuchando mis historias con atención, y dos hermanos traviesos que llenaban la casa de vida.

¿Realmente existen esas cenas familiares felices, o son solo una ilusión ficticia?

—Señorita Inocencia, debemos ir a la jefatura de policía —me dice el detective Kross mientras observamos cómo la ambulancia se aleja en la penumbra nocturna.

—Sí... vamos —respondo, sintiéndome exhausta.

El detective abre la puerta de su auto, que al menos ya no está lleno de humo, aunque aún se percibe el persistente olor a tabaco.

—Lamento el olor a cigarro. Es un vicio que siempre termina venciéndome —dice mientras se acomoda en el asiento del conductor.

—¿Está intentando dejar de fumar?

—Sí, pero los problemas siempre encuentran una forma de despertar el deseo de volver a este vicio.

Enciende el motor, que emite un ruido forzado, haciéndome temer que el auto no arrancará. Finalmente, el vehículo se pone en marcha, llevándonos hacia la jefatura. La noche parece no terminar para mí; aún debo enfrentarme a la ley de Londres. Miro al detective, notando una expresión de cansancio, tal vez incluso de tristeza. Son más de las diez de la noche y la jornada laboral ha terminado hace horas, me pregunto si su cansancio oculta algo más profundo.

De Monja A MafiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora