61. De Vuelta A La Cabaña

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Huele a leña, a café y a tierra mojada. Es como si la suavidad de la sábana intentara convencerme de quedarme sobre ella, en aquellas sedas de frialdad agradable, me provoca acurrucarme entre el grueso cobertor de la cama y dormir un rato más, cinco minutos más y después me levanto para ir a trabajar. Es que amo amanecer así, en una mañana fresca; no recuerdo haber dejado la ventana abierta, pero me gusta sentir la brisa sobre mi rostro, el cantar de los pájaros y el inconsistente sonido de la llovizna.

Después de todo, ¿Por qué huele a leña?... ¿Y ese montón de pájaros cantando?... Maldición, ¿por qué me duele tanto la cabeza?

El sol a llegado resplandeciendo sobre mis parpados y me obliga a abrirlos... ¿Ya salió el sol?... ¡¡Oh, dios mío, ¿Me quede dormida?!!

Rápidamente abro los ojos y trato de cubrir la claridad del sol con mi mano, y entre mis dedos veo a un hombre de cabello oscuro y espalda maciza, en una mano sostiene una taza que emana vapor, y con la otra ajusta las cortinas.

—¡¡OH, SANTISIMO!! —grito al descubrir que no estoy soñando, al encontrar a semejante cuerpo pecaminoso.

—Buen día, flor de jazmín. Vi que el sol estaba interrumpiendo tus sueños, así que vine a espantarlo para ti.

—¡¿Donde estoy?! —hago una rápida inspección al lugar: esta no es mi casa, es la cabaña de Dimitri—... ¡¿¿Qué hago aquí??!... ¡¡¿Dimitri, cómo llegué a tu cama?!!

Su cuerpo intercepta la luz que se filtra entre la tela de las cortinas, es una silueta escultural que podría robar la atención de cualquiera, solo tiene puesta una tolla blanca que se amarra sobre su pelvis, y luce más despeinado de lo normal.

—¿Qué ha pasado entre nosotros?... —sigo haciendo preguntas mientras voy sintiendo cada golpetazos que da mi corazón contra mi pecho.

Ahora que se ha alejado de la ventana puedo verlo con mayor claridad, todo su cuerpo está rociado por completo en agua, nuevamente vuelvo a contemplar aquellas alas tatuadas sobre sus pectorales..., y gracias al cielo y a todos los ángeles este tipo aún mantiene puesta su toalla; me tiene muy nerviosa y con la respiración descontrolada, mas no me provoca desviar la mirada, es el mismo cuerpo que a veces invade en mis sueños, el mismo hombre que conocí en aquel viejo convento...

—No ha pasado nada entre nosotros —se detiene frente a un gavetero de madera y sobre él deja la taza—, solo que te encontré anoche en la discoteca, estabas tan ebria que hasta te desbocaste hablando, y... me lastimaste...

—¡¿Ebria?! —recuerdo muy pocas cosas, sé que estaba con Cosmo y debimos bastante... ¡Mierda!—. ¡¿Y mi guardaespaldas?!... No me digas que...

—No le hice nada a tu guardaespaldas —de pronto agacha su rostro e intenta ocultar una expresión doliente—, aquí el que resultó herido fui yo...

Su sentimiento es tan verdadero que hasta me desgarra el alma.

—Pero... ¿Qué te hice? —pregunto sintiéndome preocupada, no por mí, sino por él.

—Agarraste mi corazón —empieza a dramatizar la escena—, lo abrazaste y luego le diste un beso, para después arrugarlo entre tus manos, lanzarlo al piso y finalmente pisotearlo.

—N-No entiendo... No recuerdo nada, Dimitri...

—Que me dijiste que yo te gustaba y... y después soltaste la bomba de tu supuesto novio —usa un tono frívolo y enfadado.

—¡¡¿Qué?!! —estoy perpleja, esto no puede ser cierto.

—Y por eso te tengo aquí —aquella sonrisa maniaca vuelve a él—, no voy a permitir que te veas con otro.

De Monja A MafiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora