67. La Que Destruye Y Huye

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Todos saltamos por la ventana que está en el salón de la chimenea. Luego empezamos a correr hacia la parte trasera de la mansión, delante de mí va Sebastián, quien lleva a Marisol en brazos; la pequeña se ve muy asustada, le abraza con un pánico que nunca había visto en ella, su llanto es combustible para mi cólera y razón para desatar mi locura, pero sé que debo controlarme, justo ahora siento ganas de desprender la cabeza del cuerpo de Richard, y este sentimiento no es propio de mí, yo no soy así.

—¡Voy a llamar a Alexis! —dice Jennifer, quien va corriendo adelante de Sebastián—, esperemos y aún siga libre.

Mientras seguimos corriendo, le pregunto entre jadeos:

—¿Alexis... no estaba aquí? —Mi respiración no es muy buena, el resfriado ha complicado aún más mi condición.

—No, le vi salir muy temprano.

Jennifer saca su celular del interior del bolsillo del uniforme y luego empieza a marcar a Alexis; mientras tanto, Sebastián se le adelanta y nos conduce hacia el cementerio de la familia.

—Alexis no responde.

Marisol oculta el rostro sobre el hombro de Sebastián, le abraza fuerte, en ella puedo notar un temblor que parece insoportable para la pequeña.

—Tranquila, mi niña —Sebastián trata de tranquilizarla—, veras que el tío Alexis estará bien y nos ayudará con esto.

De repente, Sebastián se detiene en medio cementerio y voltea la mirada hacia la mansión.

—¡Mierda, ya vienen por nosotros! —Muestra unos ojos exaltados, su rostro luce muy espantado.

—¡Nooo! —Marisol grita aterrada—. ¡No quiero ir a la cárcel, tita!

Todos empezamos a correr entre las lápidas del cementerio, algunos más rápidos que otros, siendo yo la más lenta. Mi mala condición física se podría describir como: corazón sometido por un pulmón flat. Este es el momento exacto donde normalmente empiezo con mi tic nervioso, justo ahora estuviese recitando el Ave María, pero mi respiración está muy agitada como para sacar aliento para tal cosa, así que solo logro recitarlo mentalmente.

«¡Oh, padre santo, no te olvides de tu hija!».

De manera inesperada, mis ojos se encuentran con la lápida donde descansa el cuerpo de mi padre.

Maldición, no puedo evitar sentirme fatal.

Se me comprime el pecho al entender que mi llegada ha significado la ruina de la familia... Si tan solo yo no hubiese venido a este lugar, de seguro todos estarían bien y Marisol seguiría reunida con su familia.

—¡Señorita, no se detenga, venga por aquí, por favor! —Sebastián me señala una pequeña puerta de madera que está en el muro que rodea los terrenos de la mansión.

Jennifer abre la puerta sin problemas, y para nuestra sorpresa, del otro lado del muro nos encontramos con una camioneta negra estacionada frente a la puerta, como si esperara por nosotros, al vernos empieza a bajar la ventana del lado del conductor.

—¡Vamos, suban! —es Marco, él ha venido por nosotros.

—Ajá, ¿Y tú quien eres? —le pregunta Jennifer.

—¡Todos suban, es amigo mío! —respondo acelerada.

Los tres nos sentamos en los asientos traseros del auto, yo termino sentada atrás de Marco y a un lado de Sebastián, y del otro lado está Jennifer.

—Señorita Inocencia, me alegra ver que está bien —un hombre de cabello oscuro está sentado a un lado de Marco, el voltea a verme y entonces le identifico.

De Monja A MafiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora