Capítulo XII

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En algún lugar de Nueva York.
1965

—Lo siento mucho, amo. No era mi intención que ella sospechara.

Levanté mis ojos hacia el despreciable ser humano frente a mí. Disgusto y aversión eran los nuevos sabores que dejaron un gusto agridulce en mi boca. Tal vez su sangre podría endulzar mis labios como recompensa por mi paciencia.

Los humanos eran todos iguales, pequeñas e insignificantes ratas cobardes. Lo único bueno en ellos era el miedo en sus ojos cuando arrancaba sus frágiles corazones con mis propias manos. Amaba escucharlos suplicar, sentir como intentaban liberarse de mis garras mientras les quitaba la vida. Su miedo era una droga, y yo era adicto a ella.

Sufrimiento, dolor y sangre. Mi éctasis.

—Debo decir que estoy muy decepcionado, Humano. Pensé que eres más inteligente que la mayoría, pero ahora me doy cuenta cuán equivocado estaba. —Sonreí malvadamente, disfrutando del miedo que se reflejaba en sus ojos, del suave temblor de sus manos.

—Por favor, Amo. No volveré a fallarle, lo juro. Ella no sospecha nada aún. Fue solo un momento de debilidad lo que causó esa desconfianza, pero le puedo asegurar, todo está controlado.

Incliné mi cabeza hacia un lado, pensativo.

—¿Ella confía en ti? ¿Estás seguro? ¿No crees que debería matarte ahora mismo y encontrar a alguien más? —dije con veneno inyectado en mis palabras.

Realmente no pretendía terminar su inútil existencia todavía. El despreciable humano estaba cerca de su objetivo, más cerca que otros, y sería un desperdicio de tiempo matarlo. El Amo estaba impaciente, quería a su reina consigo y la quería pronto. Si no cumplía sus deseos entonces sería yo quién pagaría el precio por haber fallado en la misión más importante de toda mi existencia.

Y no tenía la intención de dejar que eso sucediera.

—¡No! Estoy cerca de lograr lo que queremos. Solo necesito un poco más de tiempo. Por favor —suplicó, y yo sentí los deseos de cortar su piel pura y blanca con mi cuchillo. Debía admitir que, aunque amaba una buena súplica, su constante lloriqueo me estaba empezando a irritar.

—Muy bien, Rata. Tienes una semana para lograr tu cometido. Si no puedes convencerla de hacer lo que te pedí en ese tiempo, entonces morirás. ¿Entendido?

El humano asintió repetidamente, sus ojos llenándose de brillo al escuchar mis palabras. Sabía que viviría unos días más, y en algún lugar de su mente guardaba la esperanza de sobrevivir al final. Era una lástima que ahora tuviera que hacer ese brillo desaparecer.

Me levante lentamente de la silla en la que me encontraba sentado, mis ojos nunca dejaron los suyos mientras me acercaba a él con pasos maliciosos. El miedo llameó en su mirada, excitándome, y la satisfacción que me inundó cuando su cuerpo comenzó a retirarse poco a poco del mío me llenaba como ninguna otra. El despreciable ser estaba intentando escapar de su castigo inminente. Esto era lo que me gustaba más. Lo que más me excitaba.

La euforia que causaba una buena caza bañada en sangre no se comparaba a nada.

Estiré mi brazo hasta abrazar con mi mano su fino cuello, usando el agarre para golpearlo contra la pared. Tan frágil. Tan rompible. El humano gimoteó ahogadamente, retorciéndose del dolor causado por el impacto. Una sonrisa satisfecha se esparció por mis labios cuando el sonido de sus respiraciones elaboradas llegó a mis oídos. Sus manos desesperadas se alzaron hacia su cuello, y arañaron y e hirieron mi piel con desesperación mientras sus pulmones luchaban por aire. Sus ojos se oscurecieron con la muerte que poco a poco había venido a reclamar su alma.

Solo cuando sentí que su último respiro estaba cerca, relajé mi agarre en él. El cobarde humano calló al suelo, tosiendo con su rostro enrojecido. Su pecho se movía errático arriba y abajo, cazando el aire que necesitaban sus pulmones para respirar.

—Recuerda, humano. Yo tengo el poder aquí. No hagas nada que me obligue a terminar tu miserable e inútil vida. El próximo respiro arrogante que deje tus labios será el último.

Regresé a mi asiento con una sonrisa burlona jugando en la comisura de mi boca, agarré el vaso de cristal que descansaba en el apoyabrazos y tomé un sorbo del líquido ámbar en él, dándole la bienvenida al fuego que la bebida humana dejó detrás. La rata miserable se arrastró hacia la puerta antes de salir de la habitación corriendo como la pequeña asustada marioneta que era.
Seres patéticos.

Por ahora, lo dejaría vivir. Aún lo necesitaba para servir un propósito. No me gustaba depender de los humanos, pero esa vez era necesario.

Ella debía que decir que sí.

Tenía que firmar su camino al infierno por su propia voluntad.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora