Capítulo XVII

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En algún lugar de Nueva York.
1965

—¡Ella dijo que no! —rugí mientras lanzaba la mesa a través de la habitación. La pieza de madera se estrelló contra la pared con un sonido ensordecedor, el vaso de whisky que antes la ocupaba hecho añicos en el suelo.

Estúpido e inútil humano. Debería haber sabido que me iba a fallar. Confiar en un humano con mi deber había sido un error de mi parte.

—Me disculpo, Amo, pero fue imposible convencerla. El arcángel estaba ahí. No podía arriesgarme a que me descubriera.

Cada palabra que dejaba los labios del ser patético frente a mí no hacía más que alimentar mi deseo de despellejarlo vivo y observar cómo cada gota de sangre abandonaba su cuerpo. Por supuesto que el gran Miguel estaba ahí, cuidando de su preciosa Lilith.

El tiempo se estaba agotando y necesitaba encontrar una debilidad pronto.

La imagen de unos vívidos ojos verdes se coló en mi memoria, haciéndome sonreír con malicia. No había nada más valioso para Lilith que la vida, tan frágil y rompible. Y la vida de aquellos que ella amaba importaba aún más.

Si el gato no podía ir a donde estaba el ratón, entonces se aseguraría de que el ratón viniera a él.

Mi satisfacción murió de forma repentina y me torné rojo de la rabia cuando la realización de que mi Amo no estaría contento con el plan llegó a mí de golpe.

Teníamos la ventaja. El factor sorpresa. Lo inesperado. Pero ahora Miguel podría descubrirnos, nos perseguiría hasta el Infierno para encontrar a Lilith si así fuera necesario, de eso no tenía la menor duda. Debía llevarla con el Amo inmediatamente y tenía que ser por su propia voluntad.

Era la única forma.

Pero primero, había un despreciable humano con el que lidiar.

—Te di una tarea, humano. Una simple tarea y, aun así, me fallaste. ¿Y ahora que se supone que deba hacer con tu fracaso?

Comencé a avanzar hacia él con pasos lentos hasta acorralarlo contra una esquina de la habitación. Su cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente, sus piernas se debilitaron y cayó al suelo como un muñeco de trapo, con los ojos llenos de resignación.

—Oh, pequeña rata. Pensé que serías más divertido, pero ya veo que no.

Los ojos del humano se dilataron con horror mientras seguían los movimientos de mis manos. Saqué mi daga de mi chaqueta y arrastré un dedo por el filo del metal.

—Creo que es hora de que sufras un poco. Ya lidiar contigo se estaba tornando aburrido —mofé, seguido de una risa sardónica—. Tú padre estaría muy orgulloso de ti, al ver como sigues sus pasos. Aunque, debo admitir, él era incluso más patético que tú.

Le di poco tiempo para procesar mis palabras antes de circular su cuello con mi mano y alzarlo del suelo, estrellándolo contra la pared. Solté mi agarre levemente para que el despreciable ser tuviera suficiente espacio para respirar. Ahogarse hasta morir sería el paraíso para lo que tenía planeado para él.

Mecí la daga frente a su rostro, los destellos de la limpia cuchilla en forma de luna se reflejaban en sus ojos. Este era mi juguete de tortura favorito. Siempre lo había sido. Lucifer me la había regalado justo cuando había ingresado los altos rangos de sus filas demoniacas. El instrumento era perfecto para penetrar la suave carne humana, desgarrando todo en su camino con alta efectividad.

Tracé un camino hacia su estómago con la daga e hice un corte profundo desde el ombligo hasta el pecho. Los gritos agonizantes del humano llenaron la habitación. La sangre empapó mi mano y, la antes reluciente cuchilla, se tornó de un hermoso tono carmesí. Admiré mi trabajo sobre el lienzo de carne y huesos tal como lo haría un artista orgulloso de su obra de arte, la mía más valiosa que aquellas de los mejores pintores. Recorrí mi lengua por el frío metal y deleité mis sentidos con el sabor repugnante de la sangre, un dulce apetitivo para mi hambrienta alma. Los llantos del humano se iban silenciando poco a poco, quedando en el olvido, como la más dulce melodía que había escuchado mis oídos.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora