Capítulo IX

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Nueva York, 1965

—¿En qué piensas?

—Paris —respondí en un suspiro. Solía pensar muchos sobre esa noche últimamente. Muchas veces había sido un bálsamo para mi alma cuando me sentía perdida.

Yo era miserable antes de Miguel, solo el vacío caparazón de la mujer que solía ser. Su presencia me hacía sentir a salvo y, de alguna forma, también amada. No podía decir aún que era feliz, pero por lo menos tenía la paz que no había podido encontrar sin él. Por lo menos, no estaba sola.

El cuerpo de Miguel se tensó junto al mío. Dio un paso atrás y me liberó de sus brazos, dejándome fría y vacía. Sabía que hablar de Paris sería cono un balde de agua fría sobre nuestras cabezas que nos traería al inevitable presente y levantaría una nueva pared entre nosotros. Desearía que su indiferencia no doliera tanto. No debería de doler en lo absoluto. Tendría que haberme acostumbrado a su rechazo, pero cada vez era como un nuevo puñal que se encajaba en mi corazón, siempre un poco más profundo.

Me di la vuelta, resignándome a la distancia que el pasado había estrechado entre nosotros.

—Debería regresa a la gala. Estoy segura que el señor Williams está preguntándose por mi ausencia.

Los ojos de Miguel se oscurecieron, el destello del algo que no pude descifrar pasó como un relámpago por ellos. Tantas emociones, y todas tan fugaces.

—Estoy seguro que así es. Parecía estar realmente disfrutando de tu presencia.

Arrugué mis ojos ante el tono helado y sarcástico en su voz.

Si no hubiera sabido mejor, hubiera dicho que estaba celoso, pero, desgraciadamente, sí que sabía. Con un suspiro profundo, asentí bruscamente y pasé a Miguel para dirigirme hacia el salón, simplemente dejándolo ser por ahora.

En el momento que mis pies tocaron la amplia entrada de la habitación, Daniel Willians vino a mi encuentro con una sonrisa brillante esparcida por su apuesto rostro. Le sonreí de vuelta y forcé a mi cuerpo a relajarse, recordándome a mí misma que no era su culpa que casi hubiera tenido un ataque de pánico por solo unas simples educadas palabras dirigidas a mí.

—Señorita Bennet, pensé que habías escapado de la gala porque era demasiado aburrida para una para usted —dijo Daniel con un pícaro guiño.

Me reí de sus palabras de forma encantadora, pero el sonido sonaba forzado incluso para mis oídos.

—Mis disculpas, Daniel. No me estaba sintiendo nada bien y por favor, llámame Lilly —Cada vez que alguien me llamaba Señorita Bennet me sentía como un fraude. Y realmente lo era porque no era la mujer que decía ser. No realmente.

Los ojos de Daniel brillaron con juvenil malicia, su sonrisa ampliándose aún más. Con una reverencia extravagante meritoria de una gala de los tiempos de los reyes y reinas, extendió su mano hacía mí en invitación.

—¿Me permite este baile, Lilly? —preguntó, mi nombre rodó de su lengua en un susurro.

Asentí y tomé su mano, verdaderamente entretenida por su comportamiento, y me dejé guiar al centro del salón donde otras parejas ya estaban bailando.

La habitación estaba rodeada por un ambiente embriagador. La dulce música hacía un suave eco en las paredes, llenado el abarrotado espacio a la perfección y forzándonos a rendirnos a su ritmo. Daniel me dio una vuelta experta antes de atraer mi cuerpo al suyo, demasiado cerca para mi confort. Miré a mí alrededor, intentando enmascarar la incomodidad que me causaba su cercanía, y respiré profundo. Cerré mis ojos e imaginé que eran los brazos de Miguel los que me rodeaban, su aroma fuerte el que llenaba mis sentidos. Él era el único hombre que he querido así de cerca. Y también era muy probable que fuera el único hombre que alguna vez querré.
Increíble como mi mente siempre parecía vagar hacia Miguel, incluso cuando estaba en los brazos de alguien más.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora