Capítulo XVI

39 9 12
                                    

Miguel solía decir en una de nuestras tantas caminatas por los jardines del Edén que los humanos eran seres cambiantes, que confiar en ellos sería un error. Estaban destinados a sorprendernos para mal o para bien sin importar las consecuencias. Después de haber vivido entre ellos desde casi el comienzo de los tiempos había aprendido a comprenderlos mejor que nadie.

Los humanos no eran poco confiables, solo… impredecibles.

Todos llevaban dentro de sí mismos el bien y mal. Algunos sabían controlar la oscuridad que era parte de ellos, otros preferían dejar que el mal dictara sus vidas. Toda mi existencia había sido una incesante guerra entre la oscuridad y la luz, sobre conocer la simple diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. La lucha no había sido fácil y no podía decir que siempre había salido victoriosa de mis batallas. Las líneas de mi futuro se nublaron con las sombras de mi destino más de una vez. Un destino que había sido dictado mucho antes de que caminara el mundo.

Pero, en algún momento de mi existencia, una revelación cambió mi vida para siempre. Yo no era muy diferente de los humanos. Sus acciones, sus sentimientos, todo me afectaba a mí también.

Abrí la puerta de mi apartamento, entrando en el cálido abrazo de mi hogar antes de cerrarla con un pie y sacudir mis tacones en el suelo. Miré la servilleta en mi mano y fruncí el ceño por lo que se sentía como la milésima vez desde que había dejado el restaurante.

Deseaba poder mirar dentro de los pensamientos de Daniel para así poder entender su comportamiento esa noche. Él era un misterio abierto que aún no había podido resolver, pero iba a hacerlo pronto. Algo entraño había pasado en el restaurante. Conocía los ataques de pánico lo suficiente como para saber que lo que sucedió con Daniel no era uno de ellos. Un sentimiento desesperado se detonó en él ante la mención de su padre y el miedo lo volvió errático y descuidado.

Presioné mis dedos contra mi sien, sintiendo una jaqueca aproximarse. Mis ojos dolían cada vez que los intentaba ajustar a la tenue iluminación de la habitación, así que toqué el interruptor de la luz, bañando mi cuerpo en oscuridad.

Sabía que la Tierra era mi castigo, pero aun así debía estar agradecida por estar viva, pero no podía evitar pensar muchas veces que la muerte sonaba más atractiva para mí. Al contrario de los humanos, los seres celestiales no iban al Cielo cuando morían, solo dejaban de existir o eran enviados al Infierno como castigo por sus errores.

Desvanecidos u olvidados en el Cardero donde ardían los pecados.

Ajusté mis ojos a la oscuridad que era solo opacada por el suave resplandor proveniente de la chimenea. La borrosa figura alzada frente ella era un obstáculo para el fuego, robando el calor que este ofrecía para él mismo. Desde mi ángulo no veía su rostro, pero no necesitaba hacerlo. La presión que me oprimía el corazón en el pecho era prueba suficiente de quién era.

Igual que como nuestra noche en Paris, el suave halo naranja de las llamas atrapaba la silueta de Miguel en una ola sobrenatural, haciéndole lucir como el ángel que era: aguerrido, fuerte, hermoso. Inalcanzable para mí.

Aunque si era sincera conmigo misma, siempre lo había sido.

Mis pestañas se sintieron pesadas bajo el peso de las lágrimas que no tenía intención de derramar. Cerré mis ojos, respiré profundo, y ordené a mi desesperado y traicionero corazón a poner orden a sentimientos. Miguel sabía que me había hecho daño, pero no era necesario mostrarle cuánto.

Mi ángel protector recorrió los dedos de su mano derecha por su alborotado pelo mientras que un vaso de cristal con un líquido ámbar se mecía en su mano izquierda.

«Whisky» supuse.

Su traje de tres piezas color azul marino y corbata gris encajaban su cuerpo a la perfección, volviendo insignificante a cualquier otro hombre a su lado. Miguel se veía majestuoso bajo la luz de las llamas, comandando autoridad sin, siquiera, intentarlo.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora