Capítulo XXII

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Las palabras de Miguel hacían eco en mi cabeza repetidamente, burlándose de mis peores miedos. Mi mente se reusaba a creerlas, actuando como un niño petulante y negándose a entender que mi destino era la oscuridad.

La Reina del Infierno.

Un título tan poderoso y a la misma vez, tan aterrador. Un destino tan torcido, uno que nunca quise.

Moví mis temblorosas manos a mi cabello, enredando mis dedos en los oscuros mechones y tirando fuerte. Tal vez el dolor me despertaría de esta constante pesadilla en la que me encontraba atrapada.

—Tienes que… —Mi voz se cortó, ahogada por mi respiración frenética.

Tomé una respiración profunda, moviendo mis manos hacia mi regazo y entrelazando mis dedos para parar el incesante temblor que parecía controlarlas. Miguel estaba sentado junto a mí, observándome con cautela, sus ojos buscaban los míos con insistencia, intentado deducir cuantas confesiones faltaban para terminar derrumbándome por completo.

—¿Qué estás intentando decirme, Lilly? —preguntó, su voz era un mar de clama que contrastaba con mi tormento.

—Yo… No puede ser cierto. Tiene que… Tiene que haber un error —solté el aire de mis pulmones temblorosamente e intenté controlar mi tartamudeo, las palabras se me enredaban en los labios cada vez que intentaba hablar—. Deben estar equivocados, Miguel. Yo no puedo ser... esa.

Miguel bajó la mirada, y ese gesto me confirmó lo que tanto temía saber.

—Lo siento mucho, mi ángel. Desearía que tuvieras razón y que todo esto fuera un error. Desearía esconderte en esta cabaña, alejada de la verdad, por el resto de la eternidad. Pero ya hay demasiados entre nosotros, el abismo se está anchando por cada segundo que pasa y te mereces saber la verdad. Y creo que una parte de ti ya lo sabía. Siempre pudiste reconocer la oscuridad muy bien y te sentías atraída por ella.

Asentí, porque sí, Miguel tenía razón. La oscuridad siempre había sido una sombra permanente en mi vida, persiguiendo y asechando.

Mis manos comenzaron a sudar y mi respiración a sentirse pesada. Mi cuerpo temblaba tenebrosamente, envolviéndome en frío. Mi alma sabía que sucedía incluso antes de que mente lo registrara por completo. Los ataques de pánico se habían vuelto algo tan común en mí que ya mi espíritu era capaz de presenciarlos antes de que sucedieran.

Comencé a jadear rápidamente mientras la oscuridad me rodeaba por todos lados, amenazando con bajarme al mismo Infierno si se lo permitía. Las esquinas de mis ojos habían comenzado a denegrecer y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Hacía tanto frío. ¿No se suponía que el Infierno ardía? ¿Por qué hacía tanto frío?

—Lilly…  —el llamado de Miguel alcanzó mis oídos como un eco distante. Mi cabeza se sentía bajo agua, mi cuerpo volviéndose una carga pesada.

—Tienes que respirar, Lilly —ordenó Miguel.

Palmas tibias acunaron mi rostro y acariciaron mis mejillas con vehemencia.

—Respira por mí, mi ángel oscuro —susurró contra mis labios, acariciándolos con los suyos.

Un salpicón de claridad alcanzó mi mente y comencé a volver lentamente al presente. Las caricias de Miguel siempre habían sido el ancla que me mantenía alejada de las aguas profundas.

Mi respiración comenzó a suavizarse y mi vista a aclararse. Los fríos celestiales ojos de Miguel me hipnotizaron con su brillo y calmaron mi corazón y mi alma con las caricias fantasmas que dibujaban en mi rostro mientras sus manos inyectaban calor a mi piel.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora