Capítulo XX

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Bebe la sangre, Lilith. Bébela. Sé que quieres hacerlo. No te resistas.

Estaba sentada en el frío suelo, mi vestido rojo caía como una cortina sobre mi cuerpo mientras abrazaba mis rodillas a mi pecho. Miré a mi alrededor e intenté encontrar la fuente de la melódica e hipnotizante voz que estaba llamando mi nombre, pero no había nada que ver excepto oscuridad. Un olor repugnante llenó el aire, logrando que arrugara mi nariz en disgusto.

—Lilith. Lilith. Lilith. Deberías saber que huir del destino es inútil —la voz dijo.

Cerré mis ojos firmemente y respiré profundo por mi nariz, soltando el aire por mi boca. Repetí este proceso una cuantas veces más para mantener la calma. La falsa dulce voz seguía llamando mi nombre sin parar. Intenté bloquear el sonido, pero era inútil. Mi mente se negaba a concentrarse en otra cosa que no fuera en esa melódica voz o el ensordecedor silencio del vacío que me rodeaba.

Quería que la pesadilla terminara pronto.

No puedes detenerlo, Lilith, porque yo soy tú, y tú eres yo. Yo soy la oscuridad dentro de ti. Yo soy tú destino.

¡No! Estás mintiendo —grité, meciendo mi cuerpo de adelante hacia atrás.

Era solo una pesadilla. No era real. Repetí esas palabras como un mantra una y otra vez en mi cabeza, intentando mantener la desesperación alejada de mí.

Lilith es un monstruo. Lilith es malvada. Ella es un demonio —comenzó a cantar la voz.

Cubrí mis oídos con mis manos temblorosas. Necesitaba silencio. Tenía que hacer que parara. La voz estaba mintiendo.

Oh pobre Lilith. Nadie va a querer al demonio en ti ahora. Ni siquiera tú ángel va a perdonarte.

¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! No soy un demonio. Estás mintiendo. No eres real. No puedes serlo. Esto es solo una pesadilla.

¿No puedes verlo, Lilith? ¿No puedes ver lo que has hecho? Mira tus manos, Lilith. Están manchadas de sangre.

Podía sentir la voz más cerca, susurrando en mi oído.

¿No puedes olerlo en el aire, Lilith? Fuiste tú quién los mató. Su sangre está en tus manos.

Sacudí mi cabeza desesperadamente y cerré mis ojos con más fuerza mientras me encogía en mí misma.

¿Por qué me niegas, Lilith? —preguntó la voz con falsa angustia—. Estás rompiendo mi corazón con tu desprecio.

Solo era un sueño, una pesadilla. Despertaré pronto y todo habrá acabado.

Tienes que abrir tus ojos, Lilith. Tienes que ver lo que has hecho.

No lo haré. No quiero.

¡Abre tus ojos! —gritó la voz inyectando veneno líquido en mis venas.

No quiero hacerlo. No lo haré. No grites más.

¡ABRE TUS OJOS AHORA!

Abrí mis ojos de forma repentina, un dolor agudo atravesó mi cabeza hasta posarse en mis sentidos y quedarse allí. Traje la mano a mi cara, frotando mi piel incesantemente para así intentar aliviar el malestar y mareo que reinaban mi cuerpo. Un escalofrío recorrió mi piel cuando los borrosos recuerdos de mi pesadilla empezaron a parecer en mi mente.

Dejé caer mis brazos a mis lados con un suspiro de cansancio y utilicé el resbaladizo y húmedo suelo como un soporte para intentar ponerme de pie, pero fallaba cada vez que mis debilitadas manos intentaban cargar el peso de mi cuerpo. Mi ropa estaba pegada a mi cuerpo y el aire se sentía cargado con un aroma fuerte.

Me quedé congelada, mi cuerpo volviéndose un bulto de tensión cuando finalmente reconocí el aroma en el aire por lo que era; sangre. Mi estómago se revolvió de una forma dolorosa y llevé mis manos a mi boca para intentar contener mis nauseas.

Y ahí fue cuando lo sentí, el líquido glutinoso en mis manos, la sensación de una sustancia seca en mi rostro.

La voz melódica de mi pesadilla invadió mis pensamientos, sus palabras rebotaron en mi mente sin parar.

Lilith es un monstruo. Lilith es malvada...

«¿No puedes olerlo en el aire, Lilith? Fuiste tú quién los mató. Su sangre está en tus manos.

—¡No! —grité en un susurro, pero aun así hizo eco en la habitación.

Cuando dejé caer mis manos a mi regazo, mis ojos divagaron por mi cuerpo. Mi ropa estaba bañada completamente en rojo, se sentía como una carga con el peso del flujo acumulado en esta. Mi piel estaba irritada y sucia con sangre seca.

Sabía que no estaba herida, así que ninguna de esa sangre era mía, pero en ese momento deseaba que lo hubiera sido.

Moví mis ojos por la horrenda escena frente a mí. El suelo estaba empapado en sangre también, pero eso no fue lo que realmente hizo que me estremeciera incontrolablemente. No, fueron los ojos rojos que me miraban sin vida lo que sacudió mi cuerpo violentamente por varios minutos. Fue el cuerpo en medio de toda esa sangre, rasgado y golpeado y torturado cruelmente.

Jadeé con desesperación, aspirando aire en mis pulmones de forma errática.

Conocía esos ojos, y ese rostro creado para convencer a las más puras almas a hacer un trato con el diablo.

Alkaziel.

Trasladé mi desenfocada vista del cuerpo hacia el resto de la habitación. Estaba en una sala de estar común como cualquier otra. Las paredes estaban pintadas en un marfil claro y los muebles que llenaban el espacio eran de color azul y blanco. Una pintura de un hermoso cielo estrellado estaba colocada sobre lo que parecía ser una falsa chimenea, y mis ojos fueron atraídos a esta, examinando la pieza de arte con sensible curiosidad.

Las estrellas reflejadas en ellas me parecían familiares, como una memoria perdida que aún no lograba recuperar, pero que estaba ahí, en la superficie, esperando por mí para encontrarla.

Mi boca se abrió en horror cuando la imagen de una mirada verde apagada por la muerte y un rostro pálido enmarcado por un cabello rubio apareció en mi mente.

¡Elizabeth!

—Oh, no. Dios mío. ¡Elizabeth! —murmuré horrorizada antes de levantarme con rapidez, batallando con el suelo resbaladizo de la habitación.

Alcancé la puerta de la alcoba en sollozos, cayendo sobre la dura madera cuando el cuerpo sin vida de Elizabeth crucificado a la pared apareció frente a mí.

—Lo siento tanto, tanto. No merecías esto —lloré mientras deslizaba mi cuerpo hasta tocar el suelo—. Perdóname, Elizabeth. Yo soy la culpable de todo lo que sucedió. Es mi culpa. Perdóname, por favor.

Abracé mis rodillas hacia mi pecho, justo como había sucedido en el sueño, y dejé que mi cabeza callera hacia atrás, chocando con el helado roble. Las lágrimas caían sin parar, pero yo no me merecía si quiera llorar por mi pérdida. No me moví por minutos. Tal vez, incluso, horas, aunque no sabría decir con exactitud. Simplemente me quedé ahí, inerte, con el corazón agonizando y el alma apagada hasta que se secaron mis lágrimas y mis temblores disiparon.

Fuertes y familiares brazos acunaron mi cuerpo contra un firme pecho, el olor que tanto anhelaba mi alma a cada minuto del día me rodeó completamente como una manta de protección. Miguel me alzó en sus brazos y yo enterré mi rostro en su cuello, respirando su reconfortante aroma.

—Todo va a estar bien, Lilly. —Besó mi frente, luego mis párpados—. Lo siento tanto, mi ángel. Esto nunca debería haber pasado —murmuró contra mi pelo, sus labios revolotearon por la piel de mi rostro. Fue solo apenas un roce fugaz, pero fue suficiente para aliviar el dolor en mi alma, aunque fuera solo por unos segundos.

—Ahorra cierra tus ojos, mi ángel. Todo estará bien.

Hice lo que Miguel me pidió y cerré mis ojos con fuerza, arrugando mis párpados violentamente para intentar erradicar la imagen de Elizabeth sin vida de mi memoria. Tal vez, si me mentía lo suficiente podría hasta llegar a imaginar que todo había sido solo una horrible pesadilla y nada más.

Y con ese pensamiento llenándome de falsas esperanzas, le di la bienvenida al sueño a mi gastado y exhausto cuerpo.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora