Capítulo XXV

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—Miguel —dije en advertencia, mi voz ronca en deseo.

Miguel alzó la cabeza de mi cuello con una mirada retadora, antes de bajar a dejar besos de mariposa por toda la piel de mi garganta. Suspiré y cerré los ojos, rindiéndome a las sensaciones que causaban su boca.

Esa había sido nuestra rutina por los últimos tres días cuando Miguel estaba en casa. Hacíamos el amor, dormíamos, comíamos, y repetíamos otra vez. Pensé que, al tenerlo así, a mi lado día y noche me saciaría. Oh, pero que equivocada estaba. Con cada encuentro, con cada beso y cada caricia, quedaba hambrienta por más. Me sentía como una mujer adicta y avariciosa, y mi mayor droga venía en forma del Arcángel de la Guerra. Y a pesar de que su título en el Cielo indicaba todo lo contrario, la paz que me traía estar en los brazos de Miguel era tan completa y tan vivaz que me consumía por completo y me envolvía en una burbuja de felicidad.

Pero los fantasmas de mi pasado eran aún muy fuertes. Estaban al asecho cada noche al cerrar los ojos y las pesadillas que poblaban mis sueños eran cada vez más frecuentes y más vívidas. La realidad de mi mundo me asustaba, pero sabía que no podía evitarla para siempre.

Porque aún seguía allí, esperando por mí más allá del refugio de aquella cabaña. 

—¿Estás bien, mi ángel oscuro?

La voz de Miguel alcanzó mi mente, apartando la neblina cargada de pensamientos oscuros que la cegaron. Enfoqué mi mirada para encontrar sus iris azules celestes enfocadas en mí. ¿Cómo era posible que los mismos ojos estuvieran llenos de tanto frío y tanta pasión a la misma vez?

—Algo te preocupa, mi ángel. Puedo sentir la incertidumbre en tu alma.

Mi corazón se llenó de calor ante sus palabras y una sonrisa tocó mis labios.

—¿Y puedes sentir mi amor también? Ese sentimiento es más fuerte que el miedo. Más poderoso que la oscuridad —susurré antes de enterrar mis dedos en su pelo y tirar de su rostro al mío—. Pero nada de eso importa ahora. Ni el miedo, ni el futuro. Solo importamos tú y yo y ese espacio en mí que necesita ser llenado.

Miguel estudió mis ojos por unos segundos antes de besarme profundamente y dejar caer todo su peso sobre mi cuerpo. Agarró mi labio inferior entre sus dientes y mordió con fuerza, evocando un gemido de mi boca. Mis manos vagaron por su pecho hasta alcanzar sus pantalones y deslizarlas bajo el suave material. Un gruñido salvaje se escapó de su boca y se coló en la mía cuando envolví mi mano en su erección.

Miguel me alzó en sus brazos hasta quedar sentada en su regazo sobre la suave cama de roble que se había vuelto mi lugar favorito los últimos días, mis piernas a cada lado de sus caderas; y removió mi camisola blanca sobre mi cabeza, dejándome desnuda bajo su mirada hambrienta. Sus labios caminaban en todas las direcciones en apenas unos segundos, recorriendo, chupando y lamiendo mi piel sin piedad hasta arrancar gemido tras gemido de mi garganta. Su boca insaciable cubrió uno de mis pezones y chupó con fuerza mientras su mano acariciaba a su gemelo con delicadeza. El contraste era tan delicioso, tan abrumador, que perdí el sentido del tiempo mientras me movía con desesperación sobre él. Necesitaba apagar ese calor entre mis piernas de alguna forma antes de que me consumiera.

—Miguel —jadeé—. Por favor.

Miguel paró sus caricias y alzó sus hermosos ojos a los míos, las piscinas azules estaban ardiendo en deseo, convirtiendo el azul celeste en el color del mar.

—¿Qué necesitas, mi ángel? Tienes que decirme para poder dártelo.

Gemí. Si solo el supiera lo que provocaba en mí con esas palabras.

—Tócame —supliqué.

Las palabras apenas habían escapado de mi boca cuando la mano de mi arcángel viajó por mi cuerpo hasta encontrar ese punto de nervios que gritaba por su toque. Uno de sus dedos se movió hacia mi entrada, circulando lentamente hasta penétrame con una lentitud torturante. Gemí y suspiré y jadeé sin parar, empujando mis rodillas sobre la cama en busca de esa descarga de placer que tanto deseaba. Miguel siguió dándome placer con su dedo con un ritmo casi perezoso mientras sus labios se movieron hacia mi cuello, lamiendo mi piel desde el borde de mis pechos hasta tomar el lóbulo de mi oreja entre sus dientes y morder con suavidad.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora