Capítulo VI

84 17 13
                                    

Merci, Lilly. Puedes irte a casa ahora. Marie y yo nos encargaremos del trabajo restante.

Sonreí, agradecida a Amelie, la co-dueña del refugio para necesitados en el que estaba trabajando. Las cosas se habían salido de nuestras manos después de que el imperio de Bonaparte fuera establecido en Francia. Las personas aún se estaban ajustando a los cambios establecidos después del fin de la Revolución Francesa y el inicio del gobierno de Napoleón sobre el reinado de Luis XVIII. La monarquía era una bonita comodidad, pero como fue tan justamente probado los últimos años, era, en su mayoría, inútil.

Marie y Amelie –nuestra chica francesa favorita–, eran las almas caritativas que hacían todo lo que estaba en su poder para ayudar a aquellos que lo necesitaban. Era una causa maravillosa y yo estaba más que bendecida por haber sido parte de ella por tantos meses.

—Puedo quedarme un poco más y ayudar —dije a pesar de mi creciente cansancio. No me sentía bien yéndome a descansar cuando aún quedaba tanto trabajo por hacer.

Marie me dio una mirada acusatoria, de esas que decía que veía más allá de mi fachada de mujer fuerte.

—Estás exhausta, Lilly. Además, ya has hecho suficiente. Vete a casa y descansa. Es una orden.

El tono autoritativo en la voz de Marie no dejaba espacio para la discusión. Pocas personas lograban reusarse a una orden suya, pues ella podía actuar como una feroz mamá oso a veces. Marie era el tipo de mujer que irradiaba amor y sentimientos maternos. Si estos fueran otros tiempos, donde las mujeres fueran consideradas como iguales y no solo objetos destinadas a complacer, ella estuviera dirigiendo multitudes por todo el mundo.

Y como siempre, tenía razón. Estaba exhausta. Estaba gastada. Mi cuerpo había sido llevado a su límite. Aunque mi cansancio no era debido al trabajo en el refugio. O, al menos, no solo a eso. Apenas había logrado dormir pocas horas en las noches, aterrorizada de cerrar mis ojos y que alguien me hiciera daño.

Era un miedo irracional, pero no podía evitar sentir la sensación de ser cazada, perseguida. Me sentía como una presa que solo estaba esperando a un depredador que la atacara.

Con un suspiro renuente, coloqué los pliegues de tela que estaba doblando en un costado de la mesa de madera a mi lado. No había nada de extrema importancia en el refugio que necesitara de mi atención en ese momento, así que decidí escuchar a Marie y a Amelie e irme a casa a descansar. Tomé mis pertenencias y besé a ambas en las mejillas antes de lanzarme a las húmedas y desoladas calles de Francia.

Paris era hermoso en el verano. Amaba caminar por sus calles, siempre rodeada por parisinos que disfrutaban de la alegría que llenaba la atmosfera, caminando bajo la suave luz de la luna.

Aun así, estaba feliz que la sofocante temporada estaba llegando a su fin. Muy pronto tendría el frío de la briza rodeándome, abrazando mi cuerpo con sus brazos pálidos. Así era como me gustaba: frío y blanco. Ambos permitían que mis malas memorias y mis pecados imperdonables quedaran en el olvido, aunque solo fuera por unos minutos.

Alargué mi paseo por una hora más, intentando atrasar mi vuelta a casa. Odiaba la idea de pasar otra noche solitaria en ese lugar.

Ya habían pasado seis meses desde la última vez que había visto a Miguel y el anhelo por su presencia era casi intolerable. Seis meses era mucho tiempo para mí.

Miguel actuaba como mi guardián, mi protector, porque cualquier otro ángel sería demasiado débil para protegerme, o eso decía él. Lo hacía para evitar que la Profecía se hiciera realidad y, de alguna forma, para mantenerme a salvo también. Aun sabiendo esto, no podía obligar a mi mente a olvidarlo, o a mi corazón a dejar de amarlo.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora