Capítulo III

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Miré a mi alrededor, intentando ver algo.

Nada.

Obscuridad

Soledad. 

Negrura.

El suelo bajo mis pies se abrió y comencé a caer. Mi respiración se volvió jadeos desesperados. Un grito impactante dejó mi garganta mientras que mi mente intentaba controlar mi creciente pánico. Estaba ardiendo, mi piel se quemaba. El dolor sacudió mi cuerpo hasta la médula. El calor inescrutable derretía mis huesos desde mi interior.

Ordené a mi mente que reaccionara, a mi boca que parara de gritar. Lo intenté, pero ya no tenía control sobre mí misma. Dolía tanto. Era insoportable. El olor a piel quemada inundó mis sentidos, provocándome nauseas. 

Por favor, para —supliqué a la oscuridad.

Tú puedes hacer que pare, Lilith. Ríndete a mí y yo haré el dolor desaparecer.

Esa voz. Él estaba aquí.

––¡No! Moriré antes de dejar que me tengas. ¡No! —grité y grité y grité y no me detuve.

¿Por qué no podía detenerme? Grité sin parar hasta que mi garganta se volvió ulcerada y en mis ojos se secaron las lágrimas.

Pero, aun así, prefería gritar hasta espantar mi dolor antes de permitir que él me robara el alma.

¡Nunca!

Lilith, ¡Lilith, despierta!

La fuerte voz de Miguel alcanzó mis oídos, actuando como bálsamo para las heridas de mi alma y mi piel, calmando los latidos erráticos de mi acelerado corazón.

Él llamaba mi nombre.

Al menos, ya no estaba sola.

—¡Lilith, despierta ya! 

Una pequeña sacudida de mis hombros me trajo de vuelta de mi agobiante pesadilla. Me desperté asustada una vez más. Abrí mis ojos y miré frenéticamente a mi alrededor, buscando algo que me ayudara a anclarme al presente. El rostro borroso de Miguel fue lo primero que vi, la nublada imagen atrapó mi corazón en un puño y lo apretó con fuerza, hasta que las lágrimas lograron escapar de mis ojos.

Se sintió tan real, siempre lo hacía. Todavía podía oler el olor a piel quemada en el aire, sentir el dolor y la agonía.

Mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente. Tenía tanto frío. Miguel tomó una cobija de una silla y me en volvió en ella, pero incluso así, los tremores no se detuvieron ni el frío cesó. Me estaba congelando.

Miré a mi alrededor, al fin enfocada, para encontrar que estaba en mi habitación en la casa de Elena, acostada en mi cama y envuelta en mi manta. Miguel se tumbó a mi lado, atrapando mi cuerpo entre sus brazos y apretando mi espalda contra su pecho. Mi cuerpo se volvió laxo contra el suyo, el calor de su piel me envolvió como suaves plumas, haciendo que los temblores se detuvieran lentamente. 

Se sentía tan bien estar tan cerca de él. Nadie me había sostenido en sus brazos en mucho tiempo, y aquellos que sí lo hicieron, jamás se sintieron así de correcto. Como si estos brazos fueran mi hogar.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, mi voz sonaba insegura y temblorosa. Me arrepentí de mis palabras inmediatamente. No quería que se apartara de mí.

—Te estoy pasando mi calor corporal. La temperatura de tu cuerpo está demasiado baja —fue su respuesta, como si la simple lógica no ameritara explicación—. ¿Sobre qué estabas soñando? 

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora