Capítulo I

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Londres, 1390.

-Lily, el doctor Dawson envió a uno de sus mensajeros hoy. Solicita tu presencia en el Hospital lo antes posible.

Levanté la mirada del libro que estaba leyendo para encontrar a Elena en medio de mi habitación.

Ella nunca tocaba a la puerta antes de entrar, lo cual desearía que hiciera, ¿pero por qué se molestaría? Esta era su casa después de todo.

-¿Mencionó el mensajero porqué es solicitada mi presencia? -pregunté, perdiendo completamente el interés en mi lectura después de la obvia interrupción de Elena.

Desde que La Peste Negra se disipó de Londres y la Rebelión de Wat Tyler terminó su fallado intento de revolución, las cosas han estado muy calmadas en el hospital. Yo había trabajado allí como enfermera los últimos cuatro años y ser requerida en mi día libre significaba que algo estaba sumamente mal.

Elena golpeó su pie impaciente contra el suelo de madera, luciendo completamente exasperada. Ella no me tenía en mucha estima y eso era algo por lo que no la podía culpar. Después de todo, esa era la forma en la que yo lo preferí.

-No. El mensajero no me ofreció ninguna explicación. No tenía que hacerlo. Solo soy tu casera -contestó con disgusto.

Luché las ganas de virar mis ojos en blanco por no molesta a Elena, ya que estaba muy segura que ella había presionado al mensajero por más información y el pobre hombre no había querido dársela.

Ciertamente, malas noticias.

Miré a mi gruñona casera a los ojos y para mi sorpresa, estos estaban llenos de enojo. Estos días parecía como si estuviera enojada todo el tiempo sin razón alguna, pero decidí en ese momento que no usaría mi interminable paciencia para ponerla a gusto. Algo sucedió en el hospital y era necesario que yo estuviera allí.

Le regalé una sonrisa fría mientras colocaba mi máscara vacía y sin emociones sobre mi rostro.

-Muchas gracias, Elena. Me voy a preparar para dirigirme hacia el Hospital en estos momentos -dije sin interés, dejándole clara mis intenciones.

Elena no me devolvió la sonrisa como era de esperar. Con un pequeño suspiro, se dio la vuelta y me dejó sola en la habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un golpe seco.

«Que mujer,» pensé.

Estaba más que segura que su mal humor y falta de paciencia eran las razones por la que tenía cincuentaicuatro años de edad, sin esposo ni hijos. Elena no era una mujer fea, todo lo contrario. Ella era de tez blanca con un cuerpo delgado y alto, y un pelo rubio brillante que la hacía tan afable como podría ser alguien con ojos tan fríos como los suyos.

Dejé caer mi libro en la pequeña mesa junto a mi cama y decidí por un cambio de ropa antes de dejar la casa. El invierno se estaba acercando y la briza podía congelar las hojas en el aire en las noches.

Miré a mi alrededor, admirando el pequeño espacio de mi habitación. Este había sido mi refugio por los últimos tres años, pero aún se sentía tan frío como el primer día que puse un pie en la habitación por primera vez. No había nada acogedor o personal en ella, solo paredes blancas gastadas por el tiempo y un piso de madera rústico. La alcoba no tenía muchos muebles tampoco más allá de una cama dura, un viejo sillón y una pequeña mesa que temblaba bajo el peso de mis libros, el único objeto personal más allá de las escasas necesidades que me permitía poseer.

Finalmente me decidí por uno de mis vestidos rojos favoritos de tela gastada y envolví mí capa de invierno marrón alrededor de mis hombros. Necesitaba estar preparada. No sabía para que me necesitaba el doctor Dawson ni a la hora a la que volvería a casa.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora