Capítulo XIV

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Cerré mis ojos, decepcionada. No podía decir que estaba sorprendida, porque sabía que él no desistiría de hacerme marchar. Quería que dejara atrás todo lo que consideraba mi hogar, a quienes consideraba mi familia.

Otra vez.

Pero no dejaría mi vida atrás, y aunque ahora solo había nubosidad en cada esquina que me topaba, Nueva York era el único lugar en el mundo donde realmente había sido parcialmente feliz. Y, al final, iba a encontrar las respuestas que necesitaba. De una forma u otra, lo haría.

—Me temo que eso no va a suceder, Miguel. No estoy lista para abandonar la cuidad —murmuré y, por el destello en su mirada, pude notar que consideraba mi decisión un capricho. Tal vez, lo era,  pero en ese momento solo me veía capaz de pensar en lo que sentía. Tenía ganas de ser un poco egoísta por una vez.

«Si no me das las respuestas que necesito, las buscaré yo misma. Sabes que lo haré —proseguí—. Ya hay muy poco que me importe, solo vivo en tiempo prestado desde que comenzó la Profecía. Pero no pienso dejar este mundo sin saber la verdad.

Aparté la vista de su rostro, me levanté de la cama y me dirigí al baño. Necesitaba tiempo para poner mis pensamientos en orden mientras Miguel batallaba con los demonios de su pasado. Todos teníamos nuestra buena porción de errores. Todos arrastrábamos las mismas cadenas, algunas más pesadas que otras. Solo aquel que no sufría por sus acciones estaba libre de ellas.

Llené la tina con agua, agregué mi jabón favorito e infusión de lavanda, y comencé a desvestirme, sin molestarme en cerrar la puerta del baño. La intensa mirada de Miguel quemó la piel de mi espalda, dejando detrás el susurro de su toque donde quiera que me tocaba. Dejé caer mi falda al suelo, seguida de mi ropa interior, y me sumergí lentamente en agua tibia. Mi cuerpo se relajó inmediatamente después de descansar mi cabeza en el borde de la tina. Mis párpados comenzaron a sentirse pesados, mi cuerpo laxo, mientras que mi respiración alzaba mi pecho en olas calmadas y equilibradas.

Sentí los pasos suaves de Miguel hacer eco en la habitación de baño. Pero más que eso, sentí su presencia abrumadora llenando cada poro de mi piel y colándose en mi calma, colmando mis sentidos. Su alma llamaba a la mía a gritos. Era un sentimiento crudo e irracional que siempre había estado ahí, pero que antes había disfrazado de admiración y respeto.

Miguel se detuvo al borde de la tina, y sus ojos encontraron los míos: fríos y vacíos; pero a la misma vez tan llenos de vida, de tormento y de secretos.

—¿Qué necesitas saber?

—¿Vas a ser honesto? —suspiré—. Necesito que me prometas que dirás la verdad, Miguel.

El silencio hizo ruido en la habitación por unos momentos. Sabía que pedirle a un ángel que prometiera sobre su palabra era un insulto. Ellos eran guardianes de la verdad y acusarlos abiertamente de mentir era una ofensa grave en contra de sus creencias.

Pero, entre Miguel y yo, ese barco ya había zarpado hacía mucho tiempo.

—Prometo intentarlo —concedió, con un leve asentimiento

Mi corazón se retorció en mi pecho por su tono resignado. El creía que ya no confiaba en él, y no podía estar más equivocado. Tanta intriga, tanta omisión me habían herido, pero no podrían borrar nunca los miles de años que había pasado a mi lado, protegiéndome.

Miguel se dio la vuelta antes de sentarse en el suelo y apoyar su espalda contra la fría porcelana de la tina.

—Decirte la verdad nunca fue una opción al principio. Eras demasiado inocente. Demasiado voluble. Te habíamos sobreprotegido más de lo que debíamos. Te escondimos por demasiado tiempo. En ese momento no estabas preparada para escuchar todo el sufrimiento que te deparaba el destino.

—No puedo negar que tienes razón. Sí era inocente, pero yo te abría escuchado, Miguel. Te habría creído por encima de nada y de nadie. Te admiraba tanto. Te que… —Las palabras se ahogaron en mi boca. Dejé caer mis párpados, para esconderme del mundo unos segundos. Pero algo en sus palabras detuvieron mi pena y me hizo pensar. Mi respiración se quedó atorada en mi pecho. Enderecé mi cuerpo de forma brusca, me cubrí los pechos con las manos y clavé mi mirada en la parte trasera de la cabeza de Miguel—. ¿Desde cuándo sabías que yo era parte de la profecía?

Miguel movió su mano hacia su cabello y despeinó los mechones claros con sus dedos. Un suspiro escapó de sus labios. Parecía haber esperado mi pregunta, pero a la misma vez guardaba la esperanza de que no la hiciera.

—Lo supimos mucho antes de que llegaras al Cielo. La profecía fue escrita antes de tú existencia. Al principio era diferente, pero el resultado final siempre sería el mismo.

—¿Qué quieres decir con antes? —pregunté, confusa—. Antes no había…

—Nada —completó mis palabras.

—Nada —murmuré para mí misma.

—Después de tú traición, se reescribió la Profecía. El consejo quiso terminar tu existencia ese día, pero yo no pude permitir que eso sucediera. —Miguel tensó sus hombros y alzó la mirada. Sentía su frustración, su cansancio, pero en ese momento dejé de sentir pena por él. Lo amaba, sí, y era verdad que también estaba agradecida, pero ya no podía, ni quería aceptar migajas de lo que éramos, o nunca llegamos a ser.

«Eras tan inocente. Tan pura a pesar, incluso, de lo que habías hecho —siguió contando con la vista perdida en algún punto del techo de la habitación de baño—. Veía el arrepentimiento en tus ojos, y no tuve el valor para hacerlo. Así que decidí expulsarte de los Cielos.

Una risa sarcástica se escapó de mis labios mientras luchaba por contener las lágrimas. Ya no quería llorar más.

Miguel estaba equivocado. Tan equivocado. Puede que, quizás, yo había caído en la red de mentiras de Lucifer, pero no era estúpida. Siempre estuve consciente de lo que estaba haciendo, sabía que estaba mal, pero nunca me importó. Sí, había sido demasiada ingenua al creerle sus mentiras baratas, pero mis ojos no estuvieron vendados todo el tiempo. Había momentos, aunque fugaces, que me habían mostrado lo que se escondía detrás del rostro encantador del ángel que vivía atrapado en las puertas del infierno.

Al final, no fui más que una mujer sobreprotegida que quiso morder la manzana prohibida. Y, al igual que Eva, mis acciones también tuvieron consecuencias terribles.

—Estás equivocado, Miguel. Merecía pagar por mi traición y por todo el daño que les había causado —bufé con amargura. Aún me sentía hastiada por mi pasado. Aún, después de todos estos siglos, me maldecía por mis pecados.

Una carcajada sardónica llenó la habitación, proveniente de los labios de Miguel. Lo miré, atónita. Nunca le había escuchado reír, ni siquiera una risa tan falsa e irónica como esa.

—Aún lo entiendes, ¿verdad? Eso no sucederá, Lilly. No creo haber aprendido aún a perderte sin perderme a mí mismo también. Ya me enseñaste lo que significa sentir, ahora no puedes pretender que lo olvide tan fácilmente.

El aliento se quedó paralizado en mis pulmones. Las palabras de Miguel se sentían tan profundas. Tenían tanta emoción inyectadas que me era imposible ignorarlas. Ambos estábamos destruidos, esparcidos en el suelo en un millón de fragmentos. El orgullo y el destino nos había robado de tantas cosas que ya no quedaba más que vacíos entre nuestras almas.

Pero era hora de ser honestos. Le había exigido tantas veces la verdad a Miguel, pero no había sido realmente honesta con él.

No le había contado mi mayor secreto.

—Te amo, Miguel.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora