Volviendo a ti

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—¡Quítate! —me dice una mujer al ver que estoy cerca de su hijo.

—Señora pero si su hijo fue el que se acercó a mí —ladro con rabia. Ella no entiende nada, ya que es humana y yo soy un perro, pero bueno, ladrarle me sirve para desahogarme.

La señora se asusta, coge a su hijo y se va hacia el otro lado de la cola de la cafetería en la que estoy. Llevo rato esperando que alguien deje caer un pedacito de pan, o de pizza, o de cualquier cosa que sirva para quitarme aunque sea un poco el hambre que permanentemente tengo.

—Dame un pedacito, por favor por favor —le ruego a un hombre que acaba de salir de la cafetería con un sabroso sandwich de jamón y queso.

Al parecer logré darle suficiente pena. Arrancó un pedacito y me lo lanzó. Luego se quedó allí parado mientras le daba una mordida al pan.

—¡Damé más! ¡dame más! ¡dame más! —le insisto yo a ver si consigo que me siga dando un poco más de ese emparedado que está riquísimo.

Él sonríe y se agacha para mirarme más de cerca. De pronto se pone muy serio, me mira como buscando algo, sus ojos me estudian de arriba a abajo.

—¿Qué pasa? ¿Me quieres? ¡Llévame contigo! por favor por favor —le suplico mientras trato de acercarme para pasarle mi lengua por su mano en señal de agradecimiento.

Pone una de sus manos en mi cabeza mientras me sigue observando. Con la otra mano toca el pelaje alrededor de mi ojo derecho, donde tengo una mancha negra con forma de pera. Ahora casi no se distingue por lo sucio que estoy, pero ahí está. Mi corazón latió a todo lo que pudo cuando aquel hombre habló.

—¿Max?

—¿Albert? —no me lo podía creer, utilicé mi olfato para comprobarlo. Enseguida vinieron a mí todos los recuerdos, sí, era él.

Seis años antes.

—¡Pero pisa el embrague! ¿No me oyes? Ni para ayudarme a arreglar el auto sirves, yo no sé qué esperas ser en la vida con esa bobería que tienes —oigo que el padre de
Albert lo regaña. Están tratando de arreglar el auto y al parecer mi joven dueño no entiende bien las instrucciones que le están dando.

—Es que si no me explicas yo no puedo saber, no soy adivino —le responde Albert, yo sabía que eso iba a traer malas consecuencias.

—¿Qué tú dijiste? ¿Me acabas de contestar? —va caminando con rapidez hasta la puerta del auto donde está Albert—. Estoy cansado de que en esta casa nadie sirva para nada, ni tú, ni tu madre, ni tu hermano, nadie... solo yo, yo soy el que tiene que hacerlo todo siempre.

Paro mis orejas para escuchar mejor, aunque este tipo de pleitos que forma el padre de Albert ya los he oído unas cuantas veces, son el pan de cada día. Él lo quiere resolver todo a base gritos.

—¿Pero qué te pasa? ¿Ahora por qué lloras? —coge a Albert por la camisa y lo hala fuera del auto.

—¡Que dejes de llorar! —le dice mientras alza el puño como amenazándolo con golpearlo.

No me hizo falta ni pensar lo que tenía que hacer, ya lo sabía, tenía que defender a mi dueño de ese abusador. Corrí lo más rápido que pude y cuando llegué le clavé mis dientes en una pierna, lo mordí con todas mis fuerzas. De inmediato se estremeció y me alejó con una patada. Le fue fácil ya que soy un perro bastante pequeñito.

—¡Joder! Perro de... —miró fijo a Albert y lo apuntó con su dedo índice—. ¿Ves cómo ustedes solo traen problemas? Ese maldito perro me acaba de morder, lo único que hace es comer y joder, eso es lo que saben hacer todos ustedes, traer a casa cosas que dan más trabajo del que ya tenemos.

—Max es mío, yo me hago responsable —dice Albert acongojado, todavía llorando.

—Ese perro se va a la calle ahora mismo —viene caminando hacia mí decidido a echarme.

—¡Papá no! ¡Max es mío!

—Perro de... —en ese momento me agarra con fuerza, queriendo hacerme daño. Reaccioné mordiéndolo otra vez, consiguiendo que tuviera que soltarme.

—¡Ay! ¡Joder! —dice después de sentir mis dientes clavados en su mano—. Ahora sí que se acabó, esto es lo último ya.

Me lanza una pieza de metal que tenía cerca. Me da por un muslo, provocándome un dolor terrible, chillo como nunca antes lo había hecho.

—¡Papá no! Déjalo por favor —es lo último que escuché decir al pobre Albert mientras su padre me llevaba hacia afuera.

Luego fueron seis duros años viviendo en la calle, pero... ¿saben qué? Volvería a morder a quien sea para defender a mi dueño aunque me costara otros seis años más en la calle.

Sueños de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora