Comprando Ilusiones

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—Quisiera que nos quedásemos así para siempre.

—Sí, sería lindo —responde él, con pocas palabras, como hace el noventa porciento de las veces.

—Bueno, tal vez se nos cumpla, solo faltan dos semanas —le digo mientras paso una mano por su pecho y me acerco para besarlo en la cara.

Me preocupo cuando veo que reacciona de una manera fría. Se separa, se sienta en el borde de la cama y coge sus pantalones para comenzar a ponérselos. Enseguida me di cuenta de que algo pasaba.

—¿Sigue en pie lo que me dijiste no?

—Mis hijos están teniendo bastantes problemas en la escuela, no están bien, así que no puedo divorciarme de Mariana ahora.

No puedo creer lo que él acaba de decir. Es ya la cuarta vez que me dice que va a dejar a su mujer y va a comenzar una relación seria conmigo. Cuando se acerca la hora de la verdad siempre viene con una excusa distinta para no hacerlo.

—¿Pero qué tienen que ver los problemas de tus hijos en esto?

—Que se pondrán peor si ven que sus padres se están divorciando, ¿tan difícil es entender eso?

—¿Otra vez te vas a echar para atrás?

—Tienes que entender que llevo siete años casado con ella, tengo una vida hecha, no es tan fácil —dice mientras comienza a ponerse la camisa.

—¿Y para mí es fácil? ¿no has pensado en cómo me siento yo? —ya mis ojos comenzaban a aguarse.

—Ay por favor, deja el drama, tú solo eres la... —ahí paró de hablar, pero yo sabía lo que iba a decir.

—¿La querida verdad? ¿Solo soy la querida? —me dolía pero al final tenía razón—. Que yo solo sea la querida no te da derecho a engañarme así, a prometerme una y otra vez cosas que nunca cumples.

—Hazme el favor de calmarte, tú no eres tonta, sabes que están mis hijos por el medio.

—La que está en el medio soy yo —le digo mientras me bajo de la cama para ir junto a él y encararlo.

—Ya te dije que te tranquilices —ni siquiera me mira a los ojos, solo continúa vistiéndose.

—No me tranquilizo —alzo la voz, ya las lágrimas empezaban a salir de mis ojos—. Llevo meses esperando por ti, confiando... y hasta dándote mi cuerpo.

—Me voy —hizo una pausa y luego continuó—. Antes de que esto termine mal, creo que podré venir el viernes.

—¿Pero no ves cómo estoy? ¿Me ves mal y me dejas así y te vas? —cuando le digo eso él hace un gesto que parece algo así como un suspiro de molestia—. Me lo habías prometido.

—¡Cállate! ¡Cállate ya! —que me grite eso hace que me asuste un poco, pero también hace que... no sé, algo cambie en mí.

—Vengo el viernes —dice cuando va caminando hacia la puerta del cuarto.

—No, no vas a volver nunca más, no quiero volver a verte, ¡lárgate! —le grito llorando, soltando toda la rabia que llevo dentro.

Él se detiene por un segundo, luego se da la vuelta y camina con rapidez hacia mí. Me habla con aire de superioridad.

—Pues no vuelvo y ya —al escuchar eso me doy cuenta de que lo nuestro le importa entre muy poco y nada—. Mejor, así no tengo que volver a oír tus dramas y tus pleitos.

Eso es lo último que dice antes de irse. Yo me dejo caer llorando sobre la cama, pensando en todo el tiempo que perdí luchando por alguien que jamás me tomó en serio. Ahora tengo ganas de desaparecer de la Tierra a todos esos sabelotodos del amor que dicen que hay que escuchar al corazón, el mío me decía que aceptara lo que hiciera falta para estar con él porque estaba enamorada, y eso era lo único que importaba.

Sueños de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora