Papierträume

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Era casi siempre el mejor momento de su día. Cada vez que leía aquellos cuentos. Tenían algo especial que la atrapaba. Se acostaba en su cama y no alzaba sus ojos de aquellos relatos que eran hechos específicamente para ella.

Esos momentos eran maravillosos, pero mejor aún era cuando veía a aquel chico que los hacía, que dedicaba su tiempo a hacerla un poquito feliz.

Se veían "de casualidad" en un parque de la ciudad de Berlín que estaba cerca de su casa. Iban allí a tomar aire y a salir un rato de casa (o esa era la excusa para verse)

Ella lo vio un día allí sentado escribiendo, no aguantó las ganas de curiosear y le pidió que la dejara leer aquello, ahí comenzó todo.

—Me encanta lo que escribes —le dijo ella en una ocasión después de haber leído algunos de sus escritos.

—Puedo hacer más, ahora no tengo muchas hojas pero puedo conseguir —y tanto así que desde aquel día se volvió una obsesión para él escribir cada vez más para aquella chica.

Él en lo único que podía pensar era en escribir. A ella lo que más le gustaba en este mundo eran aquellos cuentos. Cada día sonreían más cuando se veían, eran el uno hecho para otro, se complementaban, se completaban mutuamente.

—¿Cómo se te ocurren estas historias?

—Pues algunas me vienen de pronto a la mente. Otras las veo por ahí a mi alrededor, otras incluso las sueño.

—¿Las sueñas?

—Sí —responde él sonriendo mientras se sonroja.

—Tienes sueños muy bonitos —sus ojos azules se iluminaron al decir eso, pero él no pudo verlo porque ella lo dijo mirando hacia el suelo, apenada.

Pero nada es para siempre. Un día puede cambiarlo todo de la noche a la mañana, y así fue. Un día ella iba más contenta que de costumbre. Hacía ya un tiempo que no la dejaban salir mucho de casa así que volver a estar fuera le hizo bien a su ánimo.

Estaba sentada en el mismo banco de siempre, al cual casi todos los días venía aquel chico que la encandilaba con sus historias. Ella pudo ver que todas las calles estaban más vacías que de costumbre, notaba un ambiente distinto, algo pasaba.

Todo eso se le fue de la mente cuando vio que se acercaba el chico escritor, iba mirando a los lados, con las manos en los bolsillos, tan tímido como siempre.

Cuando él estaba como a unos diez metros de llegar, siente que la agarran por un brazo, ella se alivia un poco al ver que era su padre.

—Vamos a casa —le dice él.

—Déjame un rato más por favor, nunca me dejan salir —estaba realmente angustiada.

—Esto es serio, vamos para la casa ahora —se la lleva casi arrastrándola. Ella mira hacia el chico y ve que él lo está observando todo, los sigue mientras caminan.

—¡Suéltame! ¿Por qué me hacen esto? ¡Yo tengo que salir a la calle! —reclamó ella llorando cuando ya habían entrado.

—Escúchame un momento —le dijo su padre con el rostro muy serio, le puso las manos en los hombros y la miró de frente—. ¿Recuerdas que te dije que no puedes decir que somos judíos porque hay gente muy mala que quiere hacernos daño? Pues es en serio, lo siento mucho mi niña, pero con solo salir a la calle nos estás poniendo en peligro a todos. Algún día todo va a mejorar, estoy seguro, pero por ahora tenemos que permanecer unidos y a salvo, ¿me entiendes?

—¿No voy a poder volver a salir más? —comenzaban a correr lágrimas desde sus ojos.

—Lo siento mucho pero no, por un tiempo tendremos que estar escondidos, no sé si aquí o si nos iremos a otro lugar —el acariciaba el pelo de su hija, pensando en que era injusto que una joven con toda la vida por delante tuviera que estar pasando por aquello. No era capaz de imaginar lo que los nazis podrían hacerle si la atrapaban.

Ella corrió llorando hacia su cuarto. No entendía muy bien lo que pasaba, pero con lo días no le quedó otra opción que no fuese aceptarlo. Lo que más extrañaba era a aquel chico, tenía una estantería con bastantes libros en su cuarto, pero nada se comparaba a aquellos cuentos.

Habían pasado ya cuatro días en los que prácticamente no salía del cuarto. Estaba allí casi todo el tiempo. Había mucha tensión en la casa, todos estaban muy nerviosos, pero por suerte nada había ocurrido.

Hasta un día por la tarde en el que estando acostada vio como un avioncito de papel entraba por su ventana. Fue a cogerlo pensando que no era nada importante, que algún niño lo habría tirado. Pero se dio cuenta de que aquello no era nada casual cuando vio que estaba todo escrito y leyó lo que decía en la parte de arriba.

egal was passiert, ich werde dir weiterhin meine Träume auf Papier schicken.
(No importa lo que pase, yo seguiré mandándote mis sueños en un papel)

Sueños de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora