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—Ya te lo he dicho, Chuuya, las cosas se han cocinado en este viaje —aseguró. Sus brazos, envueltos alrededor de la cintura desnuda de su pareja.

—Ya ha pasado una semana, ¿no? —preguntó retóricamente, acariciando la espalda vendada que reposaba a su lado—. De cualquier manera, no me has comentado cuál es tu plan.

—Pues, tú me has dicho que Akutagawa ha estado con la cabeza en las nubes, ¿no es así?

—Ah, sí, eso es obvio —comentó, perdiendo su mirada en el techo y paseando sus ojos por su amplitud—. Es como si estuviese ensimismado en todo momento, sabes, nunca está enfocado.

—No seas tan jefe cabrón, Chuuya —le dijo, sonriéndole—. Sin embargo, ¿no es así como estaba al principio? No puedo planear algo si va a saltar a Atsushi como agua hirviendo de nuevo.

—¡Oye! —frunció el ceño, deteniendo sus caricias—. Estaba confundido, y tú le presionaste a que fuese a esa salida aun sabiendo que no iría sobre ruedas.

—De jefe cabrón a defensor de pobres y ausentes —ironizó, mirándole sin siquiera pestañear.

—Bueno, como decía —retomó—. No es como antes. No anda tenso ni alterado. La vez anterior, si le decías algo ya te escupía en los zapatos. Ahora mismo es como si incluso se ofreciera a lustrártelos.

—Yo no dejaría que me lustre los zapatos —soltó.

—Ni siquiera tienes zapatos decentes, Dazai.

—¿Eso es mi culpa? —inquirió, simulando un agravio—. Tú ganas más, es tu deber como proveedor del hogar mantenerme y comprarme unos zapatos nuevos.

—Si debo de elegir entre un vino de una cosecha de hace setenta años atrás y unos zapatos tuyos, ya sabes cuál es mi respuesta.

—Solo reafirmas constantemente que eres maldad pura, petit mafia —lamentó, sonriéndole. Ambos sabían que a Dazai no podían importarle menos sus zapatos.

—Bueno, ¡carajo! Déjame terminar —exclamó, tapándole la boca al percatarse de que soltaría alguna otra sandez—. Considero que el viaje ha dado sus frutos, sí, verdaderamente le veo mejor. No diría "más alegre", porque ver a Akutagawa sonreír es un milagro en sí mismo, mas sí se muestra más dócil, calmo y amable a su manera.

—Claro que ambos sabemos que su mente debe ser un escándalo —obvió, analizando el testimonio.

—Eso es más que factible, así es.

—De cualquier manera, lo has visto el momento en que bajó del auto —mencionó, pensativo—. Me sorprende que pueda siquiera articular palabras.

—Se acababa de levantar y, ciertamente, tampoco tenemos idea de qué sucedió la noche de la fogata —razonó—. O al menos, yo; no sé si tú, bastardo desvergonzado, les has espiado.

—Si tengo que elegir entre dormir contigo en una cabaña nevada, o husmear entre lo que ellos hacen en su privacidad, ya tienes mi respuesta —le imitó con alevosía.

—No, la verdad no tengo tu respuesta —le espetó—, maldito metiche.

—Un hombre debe hacer lo que debe hacer por el bien de los niños.

Erozai ||Shin Soukoku/Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora