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Los días pasaron y Akutagawa los contó a cada uno. 

Desde la noche en la que llevó a Atsushi al parque por la obligación de su superior, no había dejado de sentirse incómodo y de darle vueltas al asunto. Sentía que algo alteraba su estado de constante apatía, y aquello lo desequilibraba. Sus manos temblaban cuando su mente divagaba y sus ojos se perdían en las marcas del techo o en el brillo de las estrellas.

Habían sido catorce días contados en los que no había recibido mayor interacción por parte de Chuuya, como si tan solo se hubiese olvidado de repente de su insistencia infundada para que se relacionara. Catorce días en los que no había recibido noticias de Dazai y, por supuesto, catorce días en que no veía a Atsushi. Sin embargo, que no lo viese no significaba que no lo pensase. Al contrario, todos esos días era lo único que vagaba por su mente.

Y era aquello, sin duda alguna, la causa de sus fastidios y el quiebre de su parsimonia. Porque le molestaba pensar en él, le enervaba recordar su sonrisa que podía actuar como un estupefaciente, le asqueaba saber que parte de su tiempo se veía desperdiciado en su persona; pero claro que todo tenía su cauce en que odiaba que fuera él quien rompiese sus silencios y cambiase los rumbos de sus pensamientos.

Porque, ciertamente, Akutagawa se consideraba un hombre sin aspiraciones y sin mayor horizonte que el que le chocaba las narices. Vivía por y para la Port Mafia; que en sus tiempos tuviese el afán de interesarse por alguna que otra cosilla, era secundario. Por otro lado, obviando sus casi exiguos disfrutes, nunca dedicaba mayor tiempo a hilar ideas. Pese a sentirse enterrado en el pasado y en sus errores y temores,  procuraba que sus pensamientos no lo acompañasen. Prefería desvivirse en sus labores y trabajar el doble o el triple de lo que en verdad le correspondía, antes que darle a su cabeza el tiempo suficiente para sentarse a unir los cabos sueltos de sus propios remordimientos y demonios.

Era un hombre carcomido por su pasado y sus pecados, al cual le aterrorizaba la idea de cuestionarse y arrepentirse.

Sin embargo, había algo que rondaba por su mente que lograba ser más fuerte que sus propias barreras, más fuerte que el odio y el miedo, y era el maldito de Atsushi. Incluso aunque intentara alejarlo de sus ideas, siempre volvía, siempre estaba. Su cabeza se encontraba disociada entre la oscuridad de su alma y la luz de la presencia del chico tigre.

En las misiones era un recordatorio constante de que sus manos no debían mancharse de sangre y, a su vez, una distracción. No obstante, en su tiempo fuera de oficio todo empeoraba; pasaba de ser una mera idea a ser un tormento. 

Holgaba mencionar que Akutagawa no era una persona que durmiese mucho, pero acostumbraba a dormir algunas horas luego de una ardua misión para reponer fuerzas y, sobre todo, para no permitir el funcionamiento de sus pensamientos. Pero en esas últimas semanas, y cada día progresivamente peor, la presencia de Atsushi se había convertido en una compañía indeseada. Lo que eran pocas horas de sueño se tornaron en un insomonio sin precedentes. Eran unas emociones e ideas que, en lugar de desaparecer con el sueño, hacían que el mismo desapareciera. 

El regocijo de Atsushi. Su sonrisa. Sus ojos. Su gratitud.

Las palabras y el sufrimiento de los demás eran inefectivos en él. A excepción de Dazai, claramente. Y sin embargo, podía recordar con claridad los pequeños detalles de Atsushi; su forma de comer, su gentileza, sus palabras y sus miradas. Todo aquello había calado en él al punto de pensar en ello por puro ocio. 

Y no solo eso, sino que las palabras de su superior también paseaban por su mente.

"Era una posibilidad que todo ese odio se transforme en un cariño irrefrenable", le había dicho. No obstante, no podía evitar preguntarse si era posible o si era una mentirilla. Que un sentimiento tan intenso como el desprecio se tornara en algo bello y puro era algo muy difícil de creer. Aunque, ciertamente, lo que había sentido esas últimas semanas no era un odio, ni mucho menos fuerte como tal.

Erozai ||Shin Soukoku/Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora