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Una vez que devolvieron los equipos de esquí, se mantuvieron en silencio a las afueras del lugar, pensando en si era tiempo de volver. Era mediodía y el hambre funcionaba con el horario, mas no estaban seguros de si ir a comer solos y asesinarse por una hogaza, o si debían volver a la cabaña.

Luego de que Atsushi nombrara a Dazai, Akutagawa reaccionó y decidió que volverían y almorzarían con ellos. Atsushi le siguió, resignado.

Akutagawa, encabezando la caminata, abrió la puerta con sumo cuidado, con la precaución necesaria para no despertar a sus superiores en caso de que siguieran en su laboriosa siesta. Sin embargo, grande fue la sorpresa de ambos al percibir un olor al cual no estaban familiarizados: comida casera.

O eso creían.

—¡Al fin han llegado! —exclamó Dazai, sonriente como nunca, caminando hacia ellos.

—Al fin han despertado —musitó Atsushi.

—Oh, vamos, Chuuya está en la cocina —les guió Dazai, posicionándose entre ambos y abrazándoles.

—¿Han cocinado juntos? —preguntó Akutagawa, absorto en los olores y en la imagen de Chuuya con un delantal.

—¡Ya quisiera yo! —exclamó Chuuya desde la cocina—. Ese bastardo es incapaz de siquiera hervir arroz. Yo cociné una mitad, y él compró la otra mitad.

—Qué quejica eres, Chuuuuuya —sus manos se movieron en un ademán que le restaba importancia a sus palabras—. En fin, llegaron justo a tiempo porque ya está todo listo. Solo falta que Chuuya sirva la comida.

El aludido decidió hacer caso omiso a las palabras pronunciadas como una orden, puesto que tenía hambre, en verdad, e hizo lo dicho y se sentó. Dazai empujó a los menores hacia las sillas y se sentó al lado de Chuuya, casi atropellando a Akutagawa en el camino. Este último y Atsushi se miraron sin decidir su proceder, mas se sentaron en los asientos restantes, uno junto al otro.

El almuerzo comenzó en silencio ya que, al parecer, había más hambre que ganas de charlar. Hacer deportes enardecía el apetito, y dormir siestas extensas ensalzaba la gula.

Sin embargo, ningún silencio era certero y absoluto cuando Osamu Dazai estaba cerca.

—Vaya, Chuuya, cómo te gusta comer a lo glotón —resaltó Dazai, sonriendo travieso—. Viéndote comer con semejante ferocidad y meterte tantas cosas en la boca, me pregunto cuánto más entra en ella.

—Lamento no serte de ayuda respecto a esa duda —retrucó con la boca llena, soez, casi de manera instantánea, levantando su vista de la comida con suspicacia, como si lo hubiese vaticinado. Sus ojos brillaban con fastidio y astucia—. No pretendo meterme nada en la boca ni hoy, ni en la semana, ni en los próximos dos o tres meses.

—Pero, Chuuya-san... ¿cómo hará para comer? —preguntó Akutgawa en su inmerecida inocencia.

Dazai se atragantó sin poder parar de reír. Chuuya, solemne, sintió uno de sus ojos temblar. Atsushi observó a Akutagawa con una mirada que le juraba que él tampoco había entendido nada.

—Chuuya habla de introducir cosas demasiado grandes —aclaró Dazai, quien había retomado la compostura luego de ese par de segundos del silencio ajeno.

—Ni tan grandes —alegó, frunciendo el ceño en señal de repulsión—. La alita del pollo que está degustando Atsushi debe ser más grande.

—¿Más grande que qué? —preguntó el aludido, girando su rostro al joven junto a él, observando sus gestos en búsqueda de una señal que le asegurase que él tampoco comprendía el ambiente.

Erozai ||Shin Soukoku/Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora