Cómo ellas se conocieron

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Los días que siguieron, Ana se dio cuenta que María la miraba de una manera... diferente. Creía que, luego de lo que le había contado, sólo le estaba teniendo lástima. Quizás sí quería ser mala con ella (¿por qué no lo sería? Todo el mundo la había tratado como basura y pensaba que lo merecía), pero se resistía.

Un día, Ana la encaró.

—¿Por qué me mirás diferente? ¿Por qué me tratás diferente? No me tengas lástima. No te veas en esa obligación.

—No te miro y te trato diferente porque me des lástima —admitió María José—. Lo hago porque... me impresiona que hayas pasado por todo eso sola, nadie sabía nada. La verdad es que te admiro.

Ana se quedó sin palabras.

—¿Por qué no dijiste nada? —le preguntó.

—Porque siempre hubo mucho prejuicio sobre esto, no quería que me... demonizaran por eso, que me miraran mal —explicó—. Además, mi familia no sabía nada... no quería que lo supieran porque negarían lo que me pasó.

Cuando era adolescente, no tenía forma de evitar ver a su abusador: en todas las reuniones familiares veía a su tío. Si ella le contaba a sus padres lo ocurrido, no le creerían porque lo mismo le sucedió a su prima. Aunque, creía que la hubieran obligado a abortar sólo para negar que ella estuvo embarazada, así como también para poder eliminar cualquier posible rastro de la violación.

—Eso es horrible, es tan... injusto —le dijo María.

—Sí —respondió—. Y, no sé, siento que yo pasé por tantas cosas horrendas ese año, que yo tuve tanta mala suerte... que empiezo a pensar que quizás no fui la única.

La relación entre ambas se basaba en la compañía mutua. Ya no había miradas envidiosas y palabras venenosas. Trataban de entenderse siempre.

Ana María nunca creyó que se sentiría tan liviana al confesarle su gran y oscuro secreto a alguien. Era algo que venía reprimiendo hace tantos años. La mataba cada día por dentro y probablemente lo seguiría haciendo, pero ahora se sentía acompañada.

Y quizás la mataría cada vez menos.