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Dos días después, Clementa recibió una carta de Ángela. Observó que su caligrafía era tan hermosa como ella: tenía precisión y prolijidad. Olió que la carta llevaba su perfume. Ángela la había invitado, esa misma tarde, a su hogar para compartir una agradable merienda. Le explicó que su criada haría criollitos y que eran, probablemente, los mejores que se podían comer en Argentina. Dejó en claro que le encantaría compartirlos con ella.

Clementa se puso el vestido más bello que había encontrado y se dirigió a la casa de Ángela. Liliana le abrió la puerta.

—La señorita Ángela se está preparando —le explicó—. Puede pasar y esperarla en el comedor.

Clementa asintió y entró a la casa.

Observó que todo estaba divinamente decorado, tenía un aire de delicadeza que era típico de Ángela y vio que la comida estaba en el centro de la mesa. No sabía si todo esto lo había preparado la criada o si obtuvo ayuda de Ángela pues había plasmado un gran entusiasmo en cada palabra de su carta. Podía imaginarla decorando toda la casa tal como ella quería. Se sorprendió al notar que estaba sonriendo al pensar en ella.

Impulsivamente, se lo preguntó a Liliana.

—Sí, ayudó —dijo sonriente—. Aunque insistí en que no ayudara, ella tiene un poder de persuasión muy admirable. ¿No la creía capaz de algo así?

—No, no, al contrario —respondió rápidamente. Temía que Ángela le hubiera mencionado algo sobre su confesión—. Antes... hubiera pensado que no sería capaz de hacer algo por otra persona que no fuera ella.

—La señorita Ángela es de las personas más amables que he conocido —dijo con orgullo—. Su corazón es enorme —se dio cuenta que en verdad la quería y la apreciaba como si fuera su propia hija.

Ángela se acercó a donde estaba Liliana y la abrazó por detrás.

—Me parece que es hora de dejarlas solas. Estaré en la cocina —sonrió ante el inesperado abrazo de Ángela. Le dio un beso en la mejilla y luego se retiró.

—Por favor, tomá asiento —le dijo Ángela a Clementa, señalándole las sillas vacías que rodeaban la mesa—. En un rato volverá Lili para servirnos el té —Clementa asintió.

—Está todo muy hermoso.

—Ya sé —dijo orgullosa y se ruborizó un poco—. Yo pensé todo y la ayudé a Lili.

Clementa no podía evitar notar cómo le decía Lili a su criada, con todo el cariño del mundo pues la trataba como una igual. Se preguntó si algún día Ángela le daría un apodo que pronunciar con deseo y amor.

Su corazón se puso cálido al pensar que Ángela no era ninguna niña consentida y malcriada, sino que era una mujer con un gran corazón. No soportaba las injusticias y cómo había personas que menospreciaban otras porque las creían inferiores.

Liliana apareció para servirles el té y no volvió a aparecer en el comedor en lo que quedó de la tarde. Estuvieron toda la tarde hablando, comiendo y, sobre todo, riendo al recordar lo que les había sucedido el día que se quedaron encerradas. Clementa tenía miedo que luego de su confesión, Ángela no volvería a dirigirle la palabra. El ambiente se había tornado incómodo y pensó que aquella tarde volvería a suceder. Pero se alegró al darse cuenta que estaban generando una conversación agradable y fluida.

—Debo confesarte algo —le dijo Ángela. Clementa la miraba con atención—. Quiero que Liliana se vaya de esta casa —dijo en voz baja.

—¿Por qué? ¿No son ustedes muy unidas?

—Sí, lo somos. Es... más mi mamá que mi verdadera madre —dijo con una pizca de dolor—. Quiero que se vaya para que pueda hacer algo con su vida. Tengo la sensación de que acá la está desperdiciando.

—Pero si ella quiere trabajar en esta casa, no estaría desechando su vida, ¿verdad? No sería un problema.

—Mi querida y bella Clementa, es necesario que te haga una pregunta —se ruborizó al oír la palabra bella salir de sus labios—. Decime: ¿te gustaría trabajar toda tu vida cocinando, limpiando y haciendo los mandados en un hogar que no es el tuyo?

—No —respondió con franqueza. Sabía a qué punto quería llegar Ángela.

—Entonces, ¿por qué ella lo querría? Lili podría estar haciendo algo más, algo... en lo que brillar. Aquí no tiene futuro.

—Entiendo. ¿Cuál es tu plan exactamente?

—Empecé a hablarle sobre la idea de trabajar en otro lugar, pero ella me dijo que no renunciaría porque terminaría trabajando para otra familia. Tiene miedo de que puedan tratarla terriblemente. Aquí está bastante cómoda. Además —sonrió—, me tiene a mí.

—Quizás trabajar es... la parte difícil. Pero mientras esté en esta casa, podrías averiguar cuáles son sus aficiones y darle el coraje para que lo intente —Ángela la estaba mirando con curiosidad, así que le siguió explicando—. Por ejemplo: si a ella le gustaría pintar, podrías enseñarle y encontrar una forma de que no desperdicie su tiempo trabajando aquí.

—¡Es una excelente idea! —la cara de Ángela se iluminó. Se levantó de su silla para ir donde estaba Clementa y darle un fuerte beso en la mejilla—. ¡Sos brillante!

Clementa pensó que moriría de vergüenza al sentir que su cara ardía.

Siguieron conversando por un largo rato y volvieron a tocar un tema que ya habían hablado el día que se habían quedado encerradas.

—No me gusta hablar sobre matrimonio, formar una familia perfecta... me estresa un poco —confesó Clementa.

—¿Por qué? —le preguntó Ángela mientras se metía un bocado de comida en la boca.

—Lo veo como una obligación. Me pone ansiosa. Además, no encontré a ningún hombre todavía, lo que me pone aún más nerviosa. Tengo diecinueve y si no me caso ahora...

—Seguro encontrarás alguno. Sos... muy hermosa. Cualquier hombre que no quiera estar con vos seguro es un idiota —Clementa rio ante su comentario, nunca se hubiera imaginado que Ángela sería capaz de insultar descaradamente. Cualquiera que estuviera allí la regañaría y le diría que así no hablaba una señorita.

—Seguro este tema no te debe traer preocupaciones. Tenés muchos pretendientes. Podrías presentarme alguno uno de estos días —bromeó. Ángela rio forzosamente. Clementa tenía la sensación de que no le había gustado ese chiste.

—Tengo algunos, pero... no tanto como crees.

—¿Elegirías alguno?

—En realidad, mi padre no lo eligió todavía. Algunos le pidieron permiso para cortejarme, otros no... de todas formas ninguno le convence.

—Pregunté por vos.

—Ah, no, para ser honesta no me interesa ninguno.

—¿Cómo es posible? Con tantos, alguno debe gustarte.

—Es extraño de explicar —realizó una pausa. Clementa notó que era un tema que, por la razón que fuera, le costaba expresar—. Vos escribís y lees muchas novelas, ¿verdad? —Clementa asintió con la cabeza—. Como has notado, todo el amor que se contempla en la literatura es... único. Se trata de ver a la otra persona y sentir una gran cantidad de mariposas en el estómago, de sentirse nerviosa cuando estás junto a... él, tener miedo porque no sabés si vas a gustarle, dar literalmente tu vida por el otro.

Clementa la estaba escuchando atentamente. No creía que Ángela era una persona tan romántica y sentimental.

—No me sentí así por ninguno de mis pretendientes —terminó de explicar—. Nunca... quise tomar a alguno de la mano y llevarlo a un lugar escondido para poder besarnos... —hizo una pausa—. Mejor hablemos de otra cosa.

El cambio repentino de tema sorprendió un poco a Clementa. En toda la tarde no volvieron a hablar de ello.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora