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Clementa y Ángela se empezaron a ver con más frecuencia. Cuando la gente las miraba, pretendían ser buenas amigas. Cuando estaban a solas, eran más que eso y no tenían que pretender ni demostrarle nada a nadie.

Eran conscientes de que debían calcular cada paso que daban, cada gesto, cada palabra. No podían arriesgarse a la humillación y castigo social que sería tener la etiqueta de "invertidas".

Ángela tenía una familia de alto rango, muy adinerada y reconocida en el barrio. Un mínimo accidente podría arruinar toda su reputación. A ella no le importaba mucho pues deseaba que sus padres dejaran de ser tan perfectos todo el tiempo. Ponían una presión sobre ella que implicaba ser una excelente esposa y madre.

Clementa, por su parte, no quería volver a arriesgar a su familia. Casi quedaban en la ruina y odiaría pensar que, si sucedía nuevamente, sería su culpa. Tenía que evitar aquello a toda costa.

Les resultaba encantador tenerse mutuamente. Sentían una gran adrenalina ante sus salidas clandestinas. Una era el sostén de la otra.

No podían evitar pensar que su relación y lo que hacían era ilícito. Les parecía injusto porque no eran monstruos.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora