Un cuchillo frío

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El viento corría por su cara. Lo sentía más violento que cualquier otro día mientras su corazón se aceleraba cada vez más; la adrenalina estaba corriendo por sus venas.

Ella siguió corriendo en el sendero sin detenerse un segundo. Sostenía en sus brazos a un niño que no entendía lo que estaba sucediendo y sólo le preguntaba a su madre por qué corrían; le pedía bajarse para jugar con ella. Miranda le dijo que no se preocupe porque estaban ganando el juego.

Hicieron su única parada.

—No te preocupes, Tomás, esta casa es de una vieja amiga de mami —le dijo mientras lo soltaba de sus brazos.

Alguien abrió la puerta. Miranda echó sus brazos rodeando a la joven mientras los invitaba a pasar. Tomaron un té mientras Tomás se iba con otra niña a jugar.

Selena le preguntó qué le había ocurrido y su amiga se limitó a decirle que tan sólo necesitaba quedarse allí por unos días. No explicó quién era Tomás y Selena no quiso preguntar, estaba muy dolida por no haber estado estos últimos años en la vida de Miranda.

—Luego de unos días te prometo que me voy a ir.

—Pero no quiero que te vayas— agarró las manos de Miranda.

—No me puedo quedar.

Miranda lo decía en serio. Estaba cargando con demasiado peso sobre sus hombros: se sentía culpable, se mortificaba desde que escapó de su casa; no podía creer lo que había hecho. Sabía que no era lo correcto, pero de todas formas se sentía bien. Lo encontraba difícil de explicar: había cierta tranquilidad y libertad en ella, algo que nunca pudo disfrutar antes. No le gustaba la idea de jugar a ser Dios porque ¿quién era ella para decidir sobre la vida de los demás? Cuando hizo lo que hizo, tuvo un poder que nunca había adquirido antes, aunque siempre se preguntó cómo se sentiría. La atemorizaba porque quizás, de ser necesario, volvería a hacerlo todo de nuevo.

¿Quién era ella ahora? No se reconocía y eso la mataba por dentro.

Vivía en guerra consigo misma y hace poco había descubierto que siempre lo había estado. Si no era por su conflictivo hogar, era por Selena, su mejor amiga. Cuando vivían en el mismo pueblo pasaban horas juntas; eran inseparables y compartían un lazo de amor incondicional. Miranda podía recordar con claridad las veces en las que se quedó a dormir en la casa de Selena: siempre tenían que compartir el colchón porque había una sola cama. Se solía preguntar qué se sentiría acariciarla, tocar cada centímetro de su piel y besarla. Nunca pudo expresarle sus sentimientos porque creía que Selena no le correspondía: estaba comprometida con Nicolás. Su amiga decía que era porque sus padres la habían presionado a hacerlo, pero nunca se mostraba realmente molesta e incómoda al respecto.

—No puedo quejarme. Nicolás... me trata bien. Nos llevamos bien. Pudo haberme tocado cualquier otro hombre y... bueno, me tocó algo bastante digno— le había dicho a Miranda una vez. Sabía a lo que se refería: había oído la cantidad de cosas que los maridos les hacían a sus esposas. Incluso, muchos de ellos les doblaban la edad a las mujeres. En fin: Selena sólo había tenido pura suerte y no podía desperdiciarla.

De todas formas, no hubiera aguantado ver cómo su amiga la rechazaba. Tampoco podía decírselo ahora pues estaba felizmente casada, ¡tenían una hija! Miranda sólo debía limitarse a reprimir sus sentimientos como siempre lo había hecho.

Selena le propuso llevarla al cuarto de huéspedes y Miranda aceptó. En todo el trayecto sintió un punzante dolor en el pecho y la culpa la abrumaba de nuevo. Había pequeñas voces en su cabeza que vivían discutiendo. Estaba segura que perdería la cabeza.

De repente, oyó una que nunca se había manifestado: le repetía cual loro que no era merecedora de la simpatía de Selena. ¿Qué pensás hacer cuando ella se entere? ¿Crees que te seguirá aceptando en su hogar? Decía. Miranda peleaba con sus impulsos internos que querían alejar a Selena, apartarla del monstruo que se había convertido, cuya forma era difusa en el momento. También luchaba contra el impulso de acercarla y besarla.

—¿Cómo estuviste todos estos años? —preguntó Selena cuando llegaron a la habitación de huéspedes.

Miranda decidió contarle cosas insignificantes: que seguía trabajando como costurera mientras vivía con su padre, sus dos hermanos mayores ya se habían mudado y estaban felizmente casados. También le comentó que cuando tuvo veinte años tuvo a su hijo, Tomás, de cuatro años, y lo describía con una gran sonrisa en el rostro. Él era lo que más le daba orgullo; nunca nadie le había dado tanta felicidad, pero Selena no tenía que saber más que eso.

Sin quererlo, empezó a recordar su vida en su anterior hogar. No podía enumerar la cantidad de veces en las que escupió sangre, las noches desgarradores en las que lloró cuando tenía tan sólo seis años, la manera en la que su padre la tomaba brutalmente con sus brazos.

Su respiración empezó a agitarse porque todavía sentía lo que su progenitor le había hecho hace cuatro años. No la dejaba dormir por las noches. Sus peores pesadillas eran más reales de lo que ella hubiera querido. La visión de Miranda empezó a nublarse. Estaba desesperada y sentía que en cualquier momento gritaría de la desesperación o moriría de un ataque al corazón.

Selena corrió a abrazarla con todas sus fuerzas. Le repetía que no tenía nada que preocuparse, que cualquier cosa que le haya pasado ya no era una amenaza porque estaba a salvo, con ella.

—Ya sabes lo... que él me hacía— dijo Miranda dirigiéndole la mirada a Selena. Tenía dificultades para hablar pues sentía que se le saldría el corazón de la boca.

—No tenés que contarme...

—Y... y... lo hice— recordó con amargura—. A... agarré un cu... cuchillo y lo hice.

—Miranda...

—No tuve otra opción— decía entre sollozos—. Por favor, no me juzgues. No me eches ahora— estaba desesperada—. Y antes de que preguntes, el hijo era suyo también.

Selena volvió a abrazar a su amiga y esperó a que se tranquilizara antes de hablar.

—Te dije que podías venir conmigo...

—¿Estás loca? Estabas comprometida. No hubiera cabido en tu nueva vida— antes de que Selena pudiera protestar, Miranda se precipitó— Te amaba, Selena— no sabía cómo y por qué estaba diciendo todo eso, pero se sentía liberada—. Y lo sigo haciendo. Nunca hubiera podido aguantar cómo eras feliz junto a alguien que no soy yo—. Y nunca lo seré, pensó.

No le respondió pues estaba muy sorprendida. Miranda quiso decir algo para evitar la tensión que había, pero ella le cortó el aliento cuando posó sus dedos cerca de su oreja, corriendo los mechones pelirrojos que se hallaban. Y la besó. Fue un beso corto, pero para Miranda fue lo suficiente para volver a sentirse viva.

Selena volvió a abrazarla y le susurró algo al oído.

—Estamos en esto juntas como siempre lo estuvimos para todo.

Se dio cuenta en ese momento que no sería fácil seguir con su vida, pero con Selena a su lado, quizás las cosas serían un poco más sencillas.

Ya no se sentía tan sola.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora