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La dinámica que tenía con Ángela era algo que Clementa adoraba. Salían juntas a comprar ropa e iba a comer a la casa de Ángela con frecuencia. Más de una vez sus miradas se encontraban y Clementa no podía apartar sus ojos de ella. Sentía una inexplicable y hermosa presión en el pecho al admirarla.

Un día Ángela invitó a Clementa a su hogar para enseñarle a pintar.

—Debo advertirte: soy terrible para esto.

—Si podés escribir un libro, podés hacer esto.

—No escribí un libro.

—Pero sé que lo harás —le dedicó una sonrisa.

Ángela estuvo todo el día enseñándole a pintar con una gran paciencia. No creía que era capaz de hacerlo bien. Se dejaba llevar por los trazos que realizaba su mano. Podía notar que Ángela la miraba cada tanto, pero estaba muy concentrada pintando.

Su amiga se acercó para decirle algo y, cuando Clementa se dio vuelta, tiró sin querer un pote de pintura rosa sobre el vestido de Ángela. Pensó que se enojaría increíblemente, pero para sorpresa de Clementa se empezó a reír con carcajadas muy fuertes. Ángela nunca dejaría de sorprenderla. Clementa se unió en las risas.

Observó que Ángela tomó un pote de pintura naranja y se lo tiró a Clementa en su vestido. Siguió riéndose, Clementa protestó, pero no le importó estar manchada de pintura. Disfrutaba reírse con Ángela.

—¡Ahora mi vestido está arruinado! —exclamó Clementa.

—No te preocupes. Puedo prestarte algunos vestidos que tengo. Vení —le hizo un gesto para que la siguiera.

Ángela le mostró algunos atuendos que tenía y Clementa eligió un vestido que era similar al que tenía puesto: blanco y celeste.

—Te verás muy hermosa en él —le comentó Ángela.

Ambas se dieron la espalda y comenzaron a cambiarse. Clementa terminó rápidamente, se dio un poco la vuelta y, sin querer, se topó con la espalda desnuda de Ángela. No se dió cuenta que se la quedó mirando ya que no paraba de imaginar lo que se sentiría acariciarla. Ángela giró su cabeza, vio a Clementa y le sonrió. El impulso de Clementa fue apartar la mirada rápidamente mientras sentía como su cara se tornaba roja.

Cuando Ángela terminó de vestirse, se acostó en su cama y le hizo un gesto a Clementa para que la acompañe. Clementa obedeció. Ese día sintió que, cualquier cosa que Ángela le pidiera, se lo daría con gusto y sin protestar.

Estaba tan cerca de ella que podía observar con mejor claridad cada uno de los detalles de su cara. Nunca había notado lo bella que la hacen los lunares.

Unos minutos después, se quedaron dormidas. Cuando Clementa despertó, se dio cuenta que estaba acurrucada en los brazos de Ángela. Acarició su rostro e imaginó qué se sentiría besarla, despertar todos los días junto a ella con sus brazos protectores, que la llamara hermosa.

Nunca se aburría de su relación con Ángela. Tenía que admitir que estos eran momentos donde la confusión la abrumaba.

No podía creer que había formado un vínculo tan hermoso con Ángela. En cuestión de días se habían vuelto muy íntimas. Clementa pensaba que lo sabía todo de Ángela, pero la verdad era que había un gran secreto que nunca había confesado.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora