9

20 1 0
                                    

Los meses pasaron y, tanto Clementa como Ángela, ya se habían casado. Cada una tenía su propia vida con su marido. No se hablaban hace mucho tiempo. No lo harían porque sabían las consecuencias que tendrían.

Los únicos momentos en donde se veían eran en las reuniones sociales que se realizaban. No se acercaban, hasta que un día Clementa dio el primer y gran paso.

—No creo que tengamos problemas si hablamos acá —le murmuró a Ángela—. Es una reunión y tenemos que hablar con todos los que estén acá.

Así era cómo aprovechaban al máximo el tiempo que tenían.

Eventualmente, en aquellas reuniones, se empezaban a apartar cada vez más de las personas para tener tiempo a solas.

—Tenés un enorme armario —le dijo Clementa un día. Estaban en la nueva casa de Ángela, la que había adquirido con su marido. Le resultaba aún más grande que su hogar anterior.

—Sí, una familia entraría —contestó—. Mi esposo ama esta casa, por eso siempre insiste en realizar las reuniones acá —a Clementa se le retorció el corazón. Todavía le costaba escuchar que Ángela estaba casada—. ¿Querés mirar todo lo que tengo guardado? —Clementa asintió.

Ángela entró y le hizo un gesto a Clementa para que la siga. Comenzó a ver la cantidad de vestidos y zapatos que había allí. Estaba asombrada.

—Te hace feliz, ¿no? —le preguntó Clementa.

—En términos materiales, sí —sonrió—. Pero no soy feliz con él.

—Ambas merecemos algo mejor.

—¿Por qué? ¿No es un sueño casarse con un hombre poderoso? —trató de decir con ironía.

—Sé que sólo puedo ser feliz a tu lado —cerró la puerta del armario. Ángela no le respondió—. Y tengo la certeza de que te sucede lo mismo —se acercó a ella hasta que sólo unos centímetros las separaban.

No esperaba que Ángela le respondiera. El corazón de Clementa latía con ferocidad y parecía que era lo único que oía. Nadie las estaba viendo y le tentaba la idea de tomar sus labios y juntarlos con los suyos. La deseaba como siempre lo había hecho.

Ángela se le adelantó y tomó la iniciativa. De un segundo al otro se estaban besando. Estaban hambrientas y desesperadas por todo el tiempo que habían pasado separadas. Clementa quiso registrar cada momento: los suaves labios de Ángela, su tacto, su perfume.

Las cosas siempre se intensificaban entre ellas.

Tenía miedo de que alguien accidentalmente abriera el armario y las encontrara haciendo cosas que considerarían inapropiadas. No les importaba, la adrenalina estaba corriendo por sus venas.

Después de ese momento, disfrutaban así cada reunión social.

Un día, Clementa logró zafarse de su marido, quién justo se iba a trabajar, para ir a la casa de Ángela. Cuando le abrió la puerta, le comentó que su marido no estaba. De un momento al otro, terminaron en la cama envueltas por las sábanas.

Estaban acurrucadas y Clementa no se cansaba de acariciar la piel desnuda de Ángela.

—Me parece que podemos escaparnos —soltó, sin siquiera pensarlo.

—Ah, sí, qué original por robar mi maravillosa idea —bromeó Ángela.

—Estoy hablando en serio, podemos escaparnos. Ya mismo si lo quisiéramos.

—No lo sé.

—Fue tu idea y un tiempo atrás lo hubieras hecho. Ya probamos que no podemos vivir separadas. ¿Qué más vamos a hacer?

Ángela se quedó en silencio un rato, estaba pensando.

—Un barco zarpa a España, hoy a la noche.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora