5. Abigail

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—¿Por qué no quería aceptar ayuda? —preguntó Abi, totalmente sumergida en el relato.

—En ese momento, las cosas eran más... complicadas. Si una mujer quería divorciarse, era mal vista ¡imaginate lo escandaloso que sería si después se la veía en pareja con otra mujer! —respondió Carmen—. La gran diferencia entre Irene y yo es que, a mí, esas cosas no me importaban. La gente sospechaba sobre mi lesbianismo: no tenía marido y vivía sola. A Irene sí le importaba. Sentía que tenía una gran obligación con su marido, que estaba mal pedirle el divorcio o escaparse. Yo entendí después eso, entendí cuánto le pesaba estar casada.

Abi se dio cuenta que la cara de Carmen había cambiado: estaba más seria. Supuso que era porque aquello la ponía triste. No hablaba de una manera más energética como antes, moviendo sus brazos todo el tiempo, aunque no había perdido el dinamismo y el carisma. Probablemente era muy fuerte contar todo eso y no era algo que quería revivir, pero Abi sabía que Carmen quería contar la historia completa, sin saltarse nada.

Cuando salió del geriátrico, se quedó hablando con Valeria. Ambas coincidían en que veían a Carmen un poco más alegre.

—Seguro se siente más acompañada —le dijo Valeria. Abi asintió.

Valeria se despidió y, cuando se acercó, Abi olió su perfume de vainilla. Sintió cosquillas en el estómago y se maldijo por eso.

Esa noche, Abi soñó con Valeria. Ambas tenían vestidos típicos de los cincuenta y estaban viviendo en una casa, alejada de toda la ciudad donde ambas podían dejarse ser. Se la pasaban besándose y haciéndolo. Cuando Abi se despertó, notó que sus mejillas le ardían.

Al día siguiente, en el geriátrico, Valeria y Abi se sentaron donde estaba Carmen. Abi evitaba mirar a Valeria para no recordar lo que había soñado.

—Ya falta poco para que termine mi historia.

Cómo ellas se conocieronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora