Había cosas que nunca cambiaban.
Fue algo que siempre se vio leyendo en variados libros o revistas, una frase con la que se topó numerosas veces, pero que no logró comprender muy bien hasta aquella tarde en la que visitó el depósito.
Su última visita, para ser precisos.
Los lazos que lo ataron por tanto tiempo a ese internado habían sido cortados por completo. Con las clases finalizadas y oficialmente graduado como el mejor alumno de su generación, ya no tenía nada que hacer en ese lugar. La hora de marcharse había llegado por fin y un caos de emociones lo invadían como consecuencia.
WooYoung caminó con notable parsimonia entre las viejas camas del depósito, su mirada paseándose en cada rincón que encontraba como si estuviera recordando algunos de los hechos ocurridos allí, al mismo tiempo que trataba de memorizar cada detalle.
El día se había presentado con un agradable clima soleado y los pájaros cantaban sin cesar ante tan maravilloso entorno. Los rayos solares atravesaban con gran facilidad las pequeñas aberturas del depósito y ni siquiera los muros pudieron impedir que los sonidos de la naturaleza se colaran en su interior. Un ambiente más que pacífico, sin duda.
Eran detalles pequeños, tal vez insignificantes, pero que lo habían acompañado por tanto tiempo que era complicado asimilar que ya no volvería a disfrutarlos. Detalles que parecían estar fuertemente arraigados a ese lugar, características tan especiales que le daban identidad a ese espacio y que, sin importar si el tiempo corría con prisa o si él y sus amigos se marchaban, jamás cambiarían.
Porque incluso en un mundo tan alterable como ese existían cosas que nunca cambiaban, por nada ni por nadie. El depósito sería abandonado, pero el sol continuaría saliendo todas las mañanas y los pájaros seguirían cantando animados, tal vez esperando que algún día alguien encuentre ese peculiar lugar y le devuelva la vida que ellos supieron darle.
WooYoung le dio una última mirada a la cama que siempre ocupó, aquella donde realizó un sinfín de tareas o devoró centenares de libros en las tardes de sus días libres, incluso donde buscó numerosas veces algo de descanso cuando era víctima de sus sueños. Aunque era extraño, esa vieja cama parecía haber sido su fiel compañera.
Sus ojos continuaron viajando por su alrededor mientras regresaba sus pasos hacia la entrada. Ya todos habían recogido sus respectivas pertenencias y algún que otro par de objetos, por lo tanto, el lugar se veía algo vacío y sin vida. Los viejos sillones ya no poseían abrigos o prendas descansando sobre ellos, las sillas se encontraban ordenadas encima de la mesa, los pósters que alguna vez adornaron los muros habían sido arrancados y las estanterías yacían completamente vacías.
Una vista realmente deprimente, pero que le recordaba una vez más que aquella etapa en sus vidas había finalizado.
Y que era momento de continuar.
La idea de marcharse del internado le emocionaba y al mismo tiempo le asustaba, pero en esos momentos no tenía lugar en su mente para otra cosa que no fuese la nostalgia. El peculiar sentimiento que le traía saber que ya nunca volvería a ese sitio, o al menos, no en mucho tiempo. Un lugar que había forjado la persona que era ahora y que ocuparía un espacio muy especial entre sus memorias, porque allí habían tenido origen los más valiosos momentos de su vida.
Y le era difícil entender que debía dejarlo atrás.
—¿Te duele mucho?
WooYoung se vio obligado a salir de sus pensamientos cuando aquellas palabras llegaron hasta sus oídos, detrás de su espalda. Lo siguiente que percibió fue cómo alguien se acercaba hasta su cuerpo y tomaba con absoluto cuidado su mano derecha, la cual yacía envuelta en algunas vendas blancas.
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Inception [SanWoo]
Fiction généraleLa onironautica era una habilidad inusual y poco conocida entre las personas, aunque sin duda muchos desearían tenerla si tan sólo supieran más de ella. Para Jung WooYoung no era la gran cosa. Tal vez tener sueños lúcidos y poder controlarlos a vol...