3-La primera noche

7 0 0
                                    

Mitya se levantó de la cama apenas hubo escuchado la campana del Monasterio. Rápidamente se vistió y bajó al salón comedor para desayunar. Minutos más tarde se dirigió al baño a asearse, después empacó el equipo entregado por el Monasterio el día anterior y abandonó el asilo no sin antes despedirse de la directora. Durante el camino hacia la puerta norte de la ciudad se encontró con Tay, Keseb y toda la familia de Guanyin.

Cada uno de los peregrinos cargaba con una enorme mochila de viaje con todo lo que necesitaban: Ropa de recambio, una tienda de campaña, artículos de aseo y cocina, un saco para dormir, una ballesta con su respectiva aljaba de flechas, electros de Axis, varios tipos de monedas europeas conseguidas en el banco de la ciudad y algunas naciones aliadas y muchos otros utensilios que podrían servirles durante el viaje. Algo que Bya no tenía y que Mitya y Tay sí era una insignia de combatiente calificado para trabajar enganchada a su chaqueta. Era dorada y muy compleja en diseño, ya que representaba un equilibrio entre la mente, el cuerpo, el corazón y el espíritu (este bien podía ser el abstracto y/o el sobrenatural).

Estando ya en la puerta norte de la muralla que rodeaba la ciudad, los tres hermanos varones de Bya se pararon delante de Mitya.

—Si tocas a nuestra querida hermana, te castraremos —le dijo Seiryu.

—Y si dejas que algo le pase, te llevaremos donde el avatar de un Dios Egipcio llamado Min para que te <<profane>> en su forma espiritual —dijo Suzaku.

—Y sin ningún tipo de gentileza —añadió Genbu—. Así que no esperes caricias o besitos de su parte.

—Ustedes tres, callados —exclamó Guanyin, dándoles un fuerte manotazo en la cabeza a cada uno. Aun así, no logró borrar las siniestras sonrisas de sus caras. Era como si se hubieran acostumbrado a ese tipo de castigo al punto de haber adquirido inmunidad a la furia materna—. Perdónalos, Mitya. Siempre se hacen los graciosos con los menos experimentados.

—No pasa nada —dijo Mitya—. Pero voy a mantener vigilada a su hija por si acaso —Vio cómo Kouryu y Tay soltaban una risita.

Guanyin giró en dirección a Tay:

—En nombre de toda mi familia, te pido protejas a Bya del mismo modo en que velarás por Mitya y el maletín. No lo hagas porque ella sea algo inexperta, sino porque es una miembro importante e irremplazable de nuestra familia.

—No se preocupe —dijo Tay—. Mitya y yo nos aseguraremos de que no le pase nada. Y quién sabe, tal vez llegue un momento en que no necesite de nuestra ayuda.

La expresión emotiva de Bya fue completamente borrada de su cara. No sabía cómo reaccionar ante esa idea. Era posible, sí, pero había un resultado aún más esperable por parte de ella, y la sola idea de pensar en ello no era muy alentadora.

Guanyin se inclinó delante de los tres jóvenes para darle a cada uno un incómodo beso en la frente. Los cuatro hermanos de Bya sonrieron apenados, como si recordasen esa misma vergüenza como si hubiera sido ayer.

Keseb se paró delante de Mitya, le hizo entrega de un pequeño maletín blanco y colocó una mano sobre su cabeza. Con expresión seria dijo:

—Una vez más, agradezco tu lealtad y tus servicios. Y perdón por poner semejante carga sobre tus hombros.

—Descuide —dijo Mitya—, parte de mí quería esto. Y aunque mi expresión lo haga difícil de creer, no estoy arrepentido.

—Espero que así sea —dijo Keseb.

El alcalde retrocedió un paso y enfocó a los tres jóvenes.

Simarg: Primer Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora