Mitya salió de su tienda apenas sintió el calor del amanecer. Se unió a Bya y Tay en el desayuno, aunque ellas parecían estar completamente sumidas en sus propios mundos, mirando la fogata mientras las llamas se avivaban. Tras un aburrido y desesperante lapso de silencio absoluto, les preguntó:
—¿Nunca les ha pasado que sueñan que obtienen algo que de verdad quieren, y que justo en el momento en que sienten verdadera felicidad por ello, su voz interior les dice <<es un sueño>> e inmediatamente después de eso despiertan de golpe así, sin más?
—Me pasaba muy seguido con las cosas que no podía comprar —comentó Tay—. Siempre odié ser pobre y de gustos caros.
—¿Soñaste con algo así? —preguntó Bya.
—Más o menos —respondió Mitya—. Detesto que mi cerebro me haga ese tipo de bromas sabiendo cómo me voy a sentir después. Usualmente tenía este tipo de sueños antes del Arrebato, cuando había cosas que podía codiciar.
—Si fuera solo una estupidez, no te verías tan afectado —dijo Tay—. Algo debe significar.
—Creo que es hambre de gloria o algo así —consideró Mitya—. Había una especie de competencia en la ciudad más avanzada e importante del mundo, y como era mi sueño, yo tenía que clasificar a esa estupidez. Estaba muy emocionado con eso, de verdad quería ganar esa competencia, pero desperté antes de la primera ronda. Agh...
>>Bueno, no importa. El efecto del <<Tan cerca, y a la vez tan lejos>> se me va a pasar en unas cuantas horas.
—Hablar de ello es el primer paso para superarlo —le dijo Tay—. Evita que te crezcan los Honguitos de la Tristeza, Desilusión e Inconformidad.
—¿Honguitos de la Tristeza, Desilusión e Inconformidad? —dijo Mitya, extrañado.
—Existen (según mi abuelita) —aseguró Tay—. Te crecen en las zonas de las articulaciones, especialmente en las axilas. Pero si no me crees, búscalos en cualquier libro de medicina.
—Me arrepiento de haber abierto la boca.
Luego de desayunar desarmaron sus tiendas y continuaron su viaje por la Tierra de Nadie. Ahora le tocaba a Simarg volar con Tay a sus espaldas, algo no muy complicado de lograr considerando que era un ejemplar de Lobo más grande que un poni promedio.
Tay sujetaba con una mano el mapa de la zona que sobrevolaban. Algunos lugares estaban marcados con tinta y había una que otra nota escrita en un rincón de la hoja. Cada cierto tiempo, la Gacela le indicaba a Simarg la dirección en la que debía volar. En cuestión de minutos recorrieron una incontable cantidad de paisajes exóticos cuyos colores iban del verde al amarillo, del amarillo al marrón y del marrón al rojo.
Antes del mediodía, los tres pudieron ver los primeros rastros de civilización en kilómetros. Pero no era una tribu salvaje con casas hechas de ramas y barro, no, era un poblado tan avanzado como Axis. Abundaban más las casas de madera que las de cemento o piedra, pero el diseño era el mismo. Estaba a unas cuantas decenas de metros de un río de agua rápida y cristalina y contaba con campos agrícolas y criaderos de animales.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó Simarg.
—Hay una posibilidad entre catorce de que sea lo que crees que es —respondió Tay—. Ésta es la Ciudad de Ignis, una de las extensiones de Axis.
—Mi madre me habló de este lugar —dijo Byakko, que corría por el aire al lado de Simarg—. Fue Keseb quien mandó a fundar esta ciudad.
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Simarg: Primer Libro de Las Guerras de Tabula
FantasyAl igual que una buena fracción de la humanidad, Mitya fue escogido por el Ser Absoluto como un avatar, el receptáculo viviente del poder de un espíritu sobrenatural. Dos años después de mudarse a la Ciudad de Axis, el alcalde lo envía en su primer...