6-Tres pruebas consecutivas

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A Mitya no le quedó más opción que practicar con el señor árbol para impresionar a la señorita ardilla y al señor ratón de campo, y es que Tay le prohibió practicar con Bya después de lo ocurrido en Ignis. (Le gritó <<¡NOOOOO!>> apenas escuchó la proposición de entrenar). Sí, hubo progreso, pero Tay le aseguró que había mejores maneras de conseguirlo. La Chica-Gacela decidió que sería ella la que en esa oportunidad se encargaría de entrenar a la Tigresa en el ámbito del combate a mano armada. Golpear a alguien con sus propias manos era una cosa, pero atacar con armas indestructibles a una frágil forma humana era otra completamente distinta. Si el miedo a pelear sola no se manifestaba, entonces el miedo de herir de muerte a alguien con sus garras de cristal ralentizaba sus acometidas al punto de volverlas absolutamente predecibles y eludibles.

El duelo no estaba saliendo según lo planeado, y como Tay no se caracterizaba precisamente por ser una persona delicada, derribó a Bya con una fuerte patada en el pecho luego de esquivar un zarpazo con relativa facilidad. La pobre Tigresa pasaba más tiempo en el suelo que de pie.

—¿Qué te pasa? —preguntó la Gacela—. Te quedas estática un segundo antes de atacar. Y cuando atacas, lo haces disminuyendo la potencia de tu zarpazo a mitad de camino. Es fácil bloquearte, esquivarte y derribarte. Es como si pidieras a gritos que te derrotaran.

—Lo siento —dijo Bya, poniéndose de pie—. Mi rendimiento en combate varía mucho dependiendo de la forma de mi oponente, especialmente cuando uso mis tekko-kagi.

—¿Te da miedo lastimarme? —preguntó Tay—. Pffffft. Esa no es forma de pensar para un guerrero.

—También me da miedo hacer el ridículo —admitió Bya—. Todavía me cuesta mucho pelear sola, así que no creo poder superar tus expectativas antes de que termine el día.

Mitya talló una carita sonriente en el tronco del árbol, después le apuñaló sádicamente en donde creía que estaría su corazón vegetal solo porque no le gustó cómo le quedó el dibujo.

—Ten en mente que tu oponente puede transformarse para cerrar sus heridas —dijo él—. Esas garras tuyas no van a provocar una muerte inmediata mientras no apuñales en la cabeza.

—¿Y qué pasa si debo luchar contra un humano? —preguntó Bya—. No quiero matar. Mi madre y los demás acólitos del Monasterio no aprueban el asesinato de una forma humana.

—Hablaremos sobre tu código moral en otro momento —dijo Tay—. Por ahora, céntrate en lo que de verdad importa: Reforzar tus aspectos más deficientes. Tu tarea para hoy será perder el miedo al combate individual a mano armada. Si no quieres herirme de muerte, entonces ponle más atención a tu fuerza y puntería. No te sabotees a ti misma a mitad de un ataque.

—Piensa que estás peleando contra uno de esos bastardos de Ignis —aconsejó Mitya—. Déjalo salir todo. No te contengas con ella sabiendo que tiene el rango de maestra.

Bya cerró los ojos y tomó aire. Luego de espirar, abrió los ojos y entró en posición. Tay tenía su espada apuntándole y su escudo protegiendo su pecho.

Bya se acercó lentamente tratando de recordar el momento en que atacó al buscapleitos en el callejón de Ignis. No sabía decir si había reunido el valor para actuar al ver a Mitya siendo golpeado durante varios minutos o si se lanzó al ataque de forma espontánea, instintiva y ciega. Pero su golpe fue certero, potente y efectivo. Derribó a una persona más grande y pesada que ella, lo que significaba que su hasta entonces infructuoso entrenamiento había comenzado a ser provechoso por primera vez.

Simarg: Primer Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora