7-El mayordomo presidiario

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La llanura se convirtió en desierto. El suave frescor del viento fue reemplazado por el pesado calor del sol. El trío acortó un poco el viaje sobrevolando la zona hasta que las alas de Simarg se cansaron y el cuerpo de Byakko se quedó casi sin energías. A partir de ahí caminaron por el ardiente sendero bajo sus paraguas negros mientras el sudor se deslizaba por sus pieles hasta acumularse desagradablemente en sus ropas.

El terreno a veces era aplanado, otras accidentado. Contrario a los ríos, las montañas eran más numerosas ahí que en cualquier otra parte de Ferus, aunque la gran mayoría eran relativamente pequeñas.

—¿No podemos viajar de noche? —preguntó Mitya.

—Créeme cuando te digo que después no vas a poder descansar durante el día ni aunque quisieras —dijo Tay—. Es mejor así. El frío nocturno de este lugar es casi tan insoportable como el calor diurno.

—El calor me hace sentir como una niña de preescolar —dijo Bya—. Quiero hacer berrinche e irme a casa.

—Yo también —dijo Mitya—. Pero me invade la curiosidad de ver qué me pasaría si me muero ahora. ¿El calor momificará mi cadáver o algo por el estilo?

—Peores que el calor son los espejismos —dijo Tay—. Aquí disponemos de algo de agua, de modo que es poco probable que veamos uno.

—¿Has visto un espejismo alguna vez? —preguntó Mitya.

—Una vez, en mis días de preparación como escolta —respondió Tay—. Fue en un desierto peor que este. Se suponía que tenía que aplicar todo lo aprendido para sobrevivir, cosa que no me salió muy bien siendo una de mis primeras pruebas. Era muy torpe en esos días. Se me olvidaban todas las cosas que me enseñaron apenas me desesperaba. No saben cuántas veces estuve a punto de morir por culpa de mi insensatez.

—¿Podríamos por lo menos caminar al lado de los ríos? —preguntó Mitya.

—Estamos yendo por la ruta más corta —respondió Tay—. Seguir los ríos es desviarnos del camino.

>>Paciencia. Para la próxima vez que volemos ya habremos atravesado casi todo el desierto.

—De acuerdo, esperaré —dijo Mitya, mirando al paisaje—. Aunque creo que el calor ya me derritió el cerebro. Si lo que veo no es una alucinación, entonces no sé qué carajos es.

—¿Qué ves? —preguntó Bya.

—Un mayordomo excéntrico —respondió Mitya, señalando un peñasco cercano.

En la cima del peñasco se encontraba un hombre delgado de baja estatura. Desde la distancia, los tres peregrinos lograron deducir que tenía el pelo negro y muy corto. Vestía un elegante y ajustado traje de cola. Lo curioso era que su bombín, saco, camisa, corbata, guantes, pantalones y zapatos estaban coloreados con rayas blancas y negras horizontales. Parecía un mayordomo (cómplice o culpable) recién fugado de una de esas cárceles para gente privilegiada. Sus manos estaban apoyadas sobre la cabeza de un largo bastón, también bicolor. Y a pesar de la peculiaridad de su estilo, todo en él parecía borrosamente perfecto, impecable y sofisticado.

—Yo también lo veo —dijo Tay.

—¿Será otra aprueba de Keseb? —preguntó Bya.

—¿Han visto con anterioridad a un tipo vestido así en el Monasterio o en alguna otra parte de Axis? —preguntó Mitya.

Bya y Tay negaron con la cabeza.

Simarg: Primer Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora