15-Lo llamaron Horror

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Mitya, Tay, Genbu, Kouryu, Seiryu y Suzaku esperaban fuera de la Escuela de Guerreros Pennhurst, un edificio pequeño con un amplio patio trasero repleto de plataformas de combate. Sabían que Bya se pondría nerviosa si rendía las tres pruebas finales del primer año bajo la mirada de sus hermanos y amigos, así que no les quedó más opción que ser pacientes y esperar a que fuera ella la que les informara de los resultados de sus combates. Habían asumido que sobrevivir a un peregrinaje por Ferus, a una guerra rusa y a un encuentro con Nahash tendría que haber cambiado más de unas cuantas cosas en su interior, quizás las suficientes como para que supere las expectativas mínimas de la escuela de guerreros de una vez por todas. Tenían fe en ella, aunque también se conformaban con que hubiera aprobado una o dos de las tres pruebas. Eso también habría sido un gran avance.

Bya salió del edificio con la cara enrojecida y una sonrisa cansada. Aquellos que hubieron pasado por el tormento de Pennhurst sabían que esa cara era producto de los golpes y el llanto de la felicidad. Tenía su insignia de guerrera capacitada para trabajar enganchada a su ropa.

Sus hermanos y amigos corrieron a abrazarla. Unos dijeron que sabían que lo lograría, otros admitieron haber apostado en su contra, pero que estaban seguros de que lo conseguiría en un futuro no muy lejano.

—Sí que te tardaste —dijo Kouryu—. Llevamos horas esperando aquí afuera.

—Me tomé el tiempo de meditar y encontrar el coraje antes de cada prueba —dijo Bya—, como me enseñó mi madre. Aún me siento un poco nerviosa por la idea de luchar sola, pero ahora mismo estoy sintiendo cómo todo lo que viví en mi peregrinaje está generando cambios en mí. Es solo cuestión de tiempo.

>>Próxima misión: terminar la escuela. Misión subsiguiente: tomarme unas <<pequeñas>> vacaciones.

—Qué envidia —dijo Mitya—. A mí me van a torturar física y mentalmente durante meses, si no es que años.

—Deberías estar agradecido por recibir ese entrenamiento —le dijo Tay—. Son muy pocos los elegidos para conocer esos secretos.

—Y tú no estás entre ellos —dijo Mitya, sonriente—. Al fin tengo algo que restregarte en la cara.

—¿Y a mí qué me importa? —exclamó Tay, notablemente irritada—. Tengo asuntos más importantes que tratar y están muy lejos de Axis.

El grupo se dirigió al Monasterio para que Guanyin pudiera enterarse del éxito de Bya y compartir su alegría. Caminaban por una de las aceras de la avenida que conducía directamente hacia la cilíndrica torre roja cuando vieron una especie de humo emerger de una calle cercana.

—¿Un incendio? —dijo Genbu.

—Nunca antes había ocurrido un incendio en Axis —dijo Suzaku, sorprendido.

—No parece un incendio —dijo Seiryu—. Ese humo se ve como... tinta diluyéndose en el aire. Es extraño.

Todos se miraron, y ante la incógnita, corrieron. Si no era un incendio, entonces bien podría haber sido algún otro tipo de accidente, y en los accidentes siempre hay heridos. Si hubo un derrumbe, los rescatistas podrían necesitar la colaboración de formas espirituales más o menos grandes para levantar escombros y/o trasladar a los afectados al hospital.

Al llegar al lugar del accidente, los siete se dieron cuenta de que lo que parecía humo era en realidad el oscuro y fétido vapor emanado de la piel de una repugnante criatura más grande que un rinoceronte pero más pequeña que un elefante. Su piel, translúcida y venosa como las alas de los murciélagos, variaba entre distintas tonalidades rojas, moradas y blancas. La superficie de su cuerpo estaba repleta de orejas, ojos, narices y fauces de incontables diseños. Se arrastraba con la ayuda de enormes apéndices muy parecidos a los brazos humanos, las pinzas de cangrejo, los tentáculos de calamar y las patas de araña. Algunos de sus miembros parecían haberse originado en el nivel más profundo de su cuerpo, desgarrando una gran cantidad de tejido al momento de emerger al exterior. La criatura chillaba por todos los orificios de su cuerpo y corría de un lugar al otro embistiendo a cuanto transeúnte y estructura se cruzaba por su camino.

—¡No sé acerquen! —gritaron varias voces, muy parecidas a las de Guanyin.

Los siete miraron al cielo. Parada sobre una pequeña nube en movimiento se encontraba una mujer de unos diez pies de alto y cabello negro recogido en un moño. Tenía cuatro caras, cada una mirando hacia un punto cardinal. Vestía un largo vestido blanco y dorado que dejaba su espalda descubierta, y es que de ella emergieron ciento seis brazos extras, mucho más largos que los que tenía a los costados de su cuerpo.

—Interesante la forma espiritual de su madre —le comentó Mitya a los hermanos.

Los ciento ocho brazos de Guanyin agarraron a la criatura de las extremidades y demás apéndices e intentaron mantenerla fija en el suelo. La bestia gritó, se sacudió violentamente y mandó a Guanyin a volar hacia una florería.

—Hay que ayudarla —dijo Bya.

Los siete se transformaron y abalanzaron sobre la criatura. Los primero de lo que se dieron cuenta fue que aquella Cosa no se retorcía al recibir un orbe elemental, lo que les sorprendió. No les quedó más remedio que tocar su nauseabundo cuerpo para someterle.

Muchos otros avatares de la ciudad también se unieron a la contienda. Con armas, zarpas y fauces cortaron y y arrancaron varios de los apéndices y extremidades de la criatura para neutralizarla. La sangre de ese Monstruo era verde, pegajosa y espesa. Sus heridas cerraban muy rápido, y cuando se le arrancaba una extremidad le crecían varios muñones que aumentaban de tamaño muy lentamente.

—¡Alto! —ordenó Keseb.

El Hijo Menor aterrizó en medio de la calle. Todos los avatares se apartaron de su camino. Guanyin llegó caminando en su forma humana y se paró al lado de Keseb. Ambos se acercaron a la moribunda monstruosidad, que parecía sollozar como una ballena apartada de los de su especie. Los siete jóvenes regresaron a sus formas humanas y se pararon detrás de Guanyin.

—¿Saben qué es eso? —preguntó Mitya.

—No —respondió Guanyin—. Apareció delante del Monasterio hace unos minutos.

—Nahash —dijo Tay.

—O Hache —dijo Bya.

Keseb estiró la mano en dirección a la criatura e intentó entrar en su mente para ver sus recuerdos más recientes y saber de dónde provenía. Para la sorpresa de Guanyin, Keseb abrió los ojos y puso una cara que nunca antes había puesto: extrañeza.

—¿Qué ocurre? —preguntó Guanyin.

—No puedo ver nada —respondió Keseb—. Hay algo que bloquea mi mente y aísla la de este Horror, impidiéndole controlar su propio cuerpo.

—¿Por qué aislar la consciencia del cuerpo? —preguntó Guanyin—. ¿Por qué soltar a esta criatura aquí, en Axis?

—Para la primera pregunta no tengo respuesta —contestó Keseb—. Para la segunda, solo se me ocurre una cosa: Una advertencia.

Simarg: Primer Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora