En esa ocasión, la ruta de viaje era un estrecho paso entre dos montañas. Las paredes empinadas eran grises y el suelo terroso e inclinado como una colosal rampa cubierta de piedritas blanquecinas. El lugar recordaba un poco a un terreno en el que estaba a punto de llevarse a cabo una construcción de tamaño monumental.
Faltaba poco para llegar al pie de la montaña. Dentro de unos minutos dejarían las tierras elevadas y recorrerían un largo sendero que culminaba en una extensa espesura compuesta por cientos de pequeños y variados fragmentos de bosques.
—¿No les gusta cuando el cielo está nublado y gris? —preguntó Mitya—. A mí sí.
—Nunca le doy al cielo más importancia de la necesaria —dijo Tay.
—Si fuera jubilado, me mudaría a la costa norte o sur de Tabula —comentó Mitya—. Cielo nublado y clima frío durante casi todo el año. Ideal para mi parte lobuna.
—Yo viviría en un país en el que el clima fuera soleado y el aire frío todo el año —dijo Bya.
—¿Algo así como en un otoño perpetuo? —preguntó Mitya.
—Más o menos —respondió Bya—. Qué lástima que lugares así no existan en la vida real.
—Si tuviera que elegir un clima que se repitiera todos los días, escogería la lluvia —dijo Tay—. Pero ese tipo de lluvia que cae incluso verano. Suave. No es demasiado ruidosa ni demasiado melancólica.
—¿Por qué lluvia de verano y no de otoño? —preguntó Mitya—. La segunda es más fresca que la primera.
—No me molesta mucho el calor —respondió Tay—. Me he acostumbrado a él desde que me hice escolta.
Cuando les faltaba medio camino para llegar al bosque, escucharon un fuerte silbido resonar en el cielo. A continuación sintieron el ruido de los cascos de unos caballos que provenían de diferentes direcciones. Incluso desde tanta distancia, los peregrinos pudieron percatarse los descomunales tamaños de las personas que se les acercaban, que eran tan altos como los Ognenny-Zmeyove.
El Jinete del Caballo Marrón era el más corpulento de los tres. Tenía el cabello trenzado en una larga cola, la piel bronceada y una pequeña y puntiaguda barba. Andaba con el torso desnudo, dejando ver una larga cicatriz vertical que iba del pecho al vientre siguiendo la línea imaginaria que dividía su cuerpo en dos mitades perfectas. Tenía enormes alas artificiales (hechas de metal, tela y cuerda; parecidas un poco a las de los murciélagos) clavadas a su espalda. Su arma era una cimitarra de cristal rojo. Su Caballo medía nueve pies de alto (hasta la cruz) por doce de largo y también tenía alas artificiales incrustadas en su carne.
El Jinete del caballo blanco también tenía alas pero, a diferencia del tipo de la espada roja, estas eran orgánicas. No tenía cabello, su cara era de facciones un tanto cuadradas y su piel era de una tonalidad celeste muy pálida. Su hacha era de cristal transparente. Su caballo medía ocho pies de alto por once de largo.
El Jinete del Caballo Negro era el que más normal se veía, aunque tenía la piel amarillenta y muy pegada a los huesos. Parecía enfermo, como si ya tuviera un pie en la tumba. Tenía el cabello blanco y una larga barba. No parecía viejo, sino alguien muy desnutrido en la flor de su vida. Su arma era una elegante espada de cristal transparente. Su Caballo tenía el mismo tamaño que el del Jinete de la espada roja.
—Ladrones —dijo Tay.
—¿Deberíamos volar? —dijo Bya.
—Accederé solo si ustedes están de acuerdo —dijo Tay, algo emocionada por el desafío.
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Simarg: Primer Libro de Las Guerras de Tabula
FantasyAl igual que una buena fracción de la humanidad, Mitya fue escogido por el Ser Absoluto como un avatar, el receptáculo viviente del poder de un espíritu sobrenatural. Dos años después de mudarse a la Ciudad de Axis, el alcalde lo envía en su primer...
