13-La batalla de la Plaza Roja

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Las últimas semanas fueron dedicados exclusivamente a la planificación y a la preparación física y mental. La noche antes del último golpe, los soldados recibieron el insípido discurso motivacional de Perún, en que les exigía hacerse con la victoria o si no todos los civiles de Europa Oriental morirían o serían esclavizados. Como era de esperarse, la gran mayoría pasó casi toda la noche en vela.

Gracias a telescopios y formas inferiores del tamaño de pajaritos, los exploradores de Perún siguieron la enorme flecha roja del cielo y lograron identificar la zona en la que Veles se escondía. El Dios de la Tierra cambiaba de ubicación cada día por motivos de seguridad, pero había un patrón que los espías y exploradores de Perún lograron memorizar. Sabían cuál sería el lugar en el que Veles se refugiaría ese día, siendo una vieja casa de madera desgastada de dos pisos.

Veles y sus hombres también se habían instalado en una zona residencial, pero a diferencia de la de Perún, la de ellos no se veía limpiada y restaurada. Lucía como uno de esos vecindarios a los que nadie querría acercarse durante la noche en caso de estar habitado. Y si estuviera deshabitado, un vistazo muy superficial era más que suficiente para convencer a cualquiera que ahí no había nada importante o de valor ahí.

El ejército de Perún se desplazó por la compleja red de pasajes subterráneos hasta el estacionamiento de un enorme centro comercial abandonado. Ese lugar era el punto más alejado de su base en el que podían emerger sin correr el riesgo de ser sorprendidos por el enemigo. El problema era que estaba a unas cuantas decenas de kilómetros de la guarida de Veles. La única alternativa que les quedaba era marchar en línea recta hasta la fortaleza enemiga a plena vista. Muchos tenían la esperanza de que sus presencias obligaran a Veles y a sus hombres a marchar a su encuentro.

La legión había iniciado su jugada antes del amanecer, pero no estuvo en formación hasta mucho después del mediodía. Sus números ya no eran los de antes, pero seguían viéndose igual de imponentes. Eran como un inmenso tsunami dispuesto a tragarse cualquier obstáculo que tuviera la mala suerte de cruzarse por su camino.

Perún pasó a su forma espiritual. Se había vuelto muchísimo más joven, alto (diez pies) y musculoso. Su cabello era corto y su barba poblada. Vestía una armadura de diseño moderno muy similar a la de Medeina. Su yelmo cubría casi toda su cara, dejando ver únicamente sus ojos y la parte central de su boca. Sus armas eran una espada y un escudo de translúcido cristal amarillo: el elemento rayo. En su cinturón tenía una funda con su respectiva pistola, lo que mataba la ilusión del combatiente clásico.

Los mortales que hicieron el pacto de sangre con Tay se transformaron en Taurs, un aceptable batallón de personas que, en lugar de piernas humanas, tenían los cuerpos de variados tipos de animales con sus respetivas extremidades, apéndices o miembros. Unos tenían una cola de serpiente; otros, cientos de tentáculos como las medusas. Las dimensiones de la gran mayoría de las mitades bestiales de la legión eran versiones aumentadas de sus contrapartes mortales/naturales, aunque también habían casos en los fueron las mitades humanas las que aumentaron su tamaño para adaptarse a las bestiales, como los casos del Hombre-Elefante y el Hombre-Jirafa, que fácilmente superaban en peso a los Gigantes como los Ispolini. Aquellos Taurs que podían volar o levitar vigilaban el espacio aéreo de la legión junto a los Dioses alados como las Zoryas.

La Taur-Gacela estaba parada entre sus esbirros pero, a diferencia de estos, no tenía armas de fuego o explosivas en su equipo, sino una ballesta, un escudo y una espada de metal y una riñonera. Tuvo que dejar que dos avatares con espadas de cristal le cortaran sus distintivos cuernos negros para dificultar aún más su identificación.

Mitya y Bya estaban parados a su lado, cada uno con una ballesta y dos cuchillos militares como reemplazo a sus empuñaduras. Los dos esperaban que sus nuevos estilos les hicieran pasar inadvertidos ante sus enemigos al menos hasta que el sudor producido por la batalla les corriera el maquillaje de la cara. Si los Ispolini estaban al tanto de las apariencias y elementos de los peregrinos gracias a Hache, entonces los demás lacayos de Veles también podrían haber memorizado sus rasgos faciales y formas espirituales. Si eso se daba, entonces sus enemigos buscarían a la Gacela por medio de sus compañeros con esmero y no se detendrían hasta quitarles las transformaciones a sus cruzados. Solo quedaba rezar para que todas las medidas tomadas para esa batalla fueran más que suficientes para proteger las identidades de la Taur Alfa y sus acompañantes hasta el final.

Simarg: Primer Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora