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El día siguiente tampoco volví sola a casa, ni el resto de la semana.

Al principio, creí que era pura casualidad que Malfoy viniera a última hora de la tarde a la tienda para comprar por lo que no le di mayor importancia, sin embargo, después de dos días repitiéndose la misma operación no pude evitar pensar que algo raro estaba pasando. Más cuando sus compras eran tan escuetas y teniendo en cuenta que normalmente nos visitaba cada tres semanas aproximadamente.

—Bazo de rata, por favor. 

—¡En seguida! 

En un abrir y cerrar de ojos entré al almacén y salí con su pedido, dejándolo sobre el mostrador junto a la caja registradora, como era costumbre. Era una tarea tan rutinaria que ya la había automatizado, haciéndola a estas alturas sin pensar.

—Será solo eso, gracias —indicó Malfoy, tras unos segundos de silencio en los que estuve esperando alguna indicación más—. Vais a recoger ya, ¿verdad?

—De hecho, no. Hoy toca hacer inventario así que tengo que quedarme más tiempo —dije, mientras procedía a envolver el ingrediente en una bolsita de papel de cortesía. Al terminar, entablé contacto visual directo con Malfoy y sonreí—. No es necesario que me acompañe todos los días a casa.

Mi sonrisa se le contagió, pudiendo notar cierto nerviosismo en él que consiguió llamar mi atención al desviar su mirada hacia otro lado. 

—Lo sé, y no lo hago —dijo.

—Ah, ¿no? —musité, con malicia—. Entonces será pura casualidad.

—Pura casualidad, así es.

Me reí para mis adentros, encontrando extremadamente adorable su reacción. Acto seguido estiré mi mano diestra hacia él, haciéndolo sobresaltar al sacarlo de su ensimismamiento. 

—Serán tres galeones y veinte knuts, por favor —demandé. En seguida me tendió el pago, el cual guardé en la caja registradora a buen recaudo mientras continuaba divertida por la situación hasta que finalmente le dije—: Salgo media hora más tarde de lo habitual.  

Malfoy permaneció parado pestañeando durante un instante. 

—¿Entonces?

—Puedes llevarme a casa, si quieres —aclaré.

Malfoy se acomodó el cuello de la camisa que llevaba bajo la túnica y dio una cabezada, dejándome saber que me esperaría hasta que la tienda cerrara como era costumbre. No le perdí de vista hasta unos momentos después, mirando incluso a través del vidrio del escaparate cómo se recostaba en la fachada del bazar de antigüedades que teníamos en frente. Esa imagen ya empezaba a hacerse bastante familiar conforme pasaban los días.

Como todos los fines de semana hice recuento de dinero y procedí a ir al almacén, encontrándome allí para mi sorpresa al señor Mulpepper acomodando unas cuantas cajas con mercancía que habían llegado a primera hora. En cuanto cerré la puerta que llevaba a la parte delantera se volvió hacia mí, reparando en mi presencia.

—Ah, Claudia, eres tú —dijo, volviendo a su trabajo—. ¿Ya es la hora del cierre?

—Sí. Iba a hacer el inventario.

—Estupendo, estupendo —cuchicheó, antes de empezar a contar bajo su aliento los cofres que había en una esquina—. ¿Hoy también vuelves a casa con Malfoy?

Aquella pregunta me pilló por sorpresa, permitiéndome un poco de tiempo para pensar qué responder al coger la libretita y la Vuelapluma que usaba para dictar las existencias. 

—Eh, sí —afirmé, no encontrando ninguna otra cosa salida. El Señor Mulpepper hizo un sonido de desaprobación—. ¿Hay algún problema?

—No, no. Bueno, sí —admitió—. Empiezan a escucharse rumores, Claudia, de que tenéis una relación romántica. Al principio me daba igual, porque cuantas más veces venga ese mortífago más dinero nos deja, pero no quiero que esto llegue a afectar al negocio. Es bastante improfesional, ¿me entiendes?

—Sí, lo entiendo, pero no es lo que parece. 

—Pues si no es lo que parece, yo de ti empezaría a poner distancia entre él y tú —dijo, meneando el dedo índice al ritmo de sus palabras con un cierto toque de reprimenda—. Además, ese hombre no es bueno para ti. Tiene dinero, sí, pero es mucho mayor que tú y ni siquiera es buena persona. ¡Si quieres te presento a mi sobrino!

El Señor Mulpepper comenzó a hablar de lo excelente que era su sobrino más pequeño llamado Miles, contando maravillas de él mientras yo tan solo me mordía la lengua para corregirle lo que había dicho de Malfoy.

Es cierto que no lo conocía mucho aún, pero no me había parecido mala persona para nada. Era un hombre cuya fachada ligeramente inexpresiva engañaba completamente a cualquier persona que no lo hubiera tratado, habiendo descubierto yo misma que realmente era una persona simpática y carismática con la que el tiempo fluía realmente deprisa.

Una vez terminada mi jornada laboral y me encontré con Malfoy no le comenté nada de lo que me había dicho Mulpepper. Sabía que esos cinco minutos de paseo hasta la posada donde vivía significaban mucho para Malfoy, quien pasaba los días aburrido en una mansión fría y solitaria con la única compañía de sus pensamientos.

En un primer momento no entendí bien cómo alguien podría estar cansado de estar en una mansión, pero la idea de la soledad la compartía bastante bien pues desde que me gradué de Hogwarts mi vida social estaba bajo mínimos. Incluso me había sorprendido a mí misma en mi habitación esperando a que la mañana siguiente llegara para poder ir a trabajar de una vez por todas.

Si yo sentía en mi interior una sensación de vacío, no podía imaginarme a Malfoy sin su hijo y sin su difunta esposa.

No estábamos haciendo nada malo así que me negaba a decirle nada, por lo que decidí yo misma tener más discreción para no darle de qué hablar a las malas lenguas.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora