22

3.1K 288 50
                                    

Hacía mucho tiempo que no me costaba tanto conciliar el sueño como ocurrió durante mi primera noche en la Mansión Malfoy. Estuve girando, dando vueltas y posicionándome durante minutos que transcurrieron igual de lentos que horas, no sabiendo a ciencia cierta si ese denso preámbulo se debía a mis nervios por lo que me podía esperar a la mañana siguiente o por el lugar ajeno en el que me encontraba.

En cualquier caso, en algún punto de la noche a altas horas de la madrugada conseguí conciliar el sueño, aunque fuese tan solo por unas escasas horas al ser despertada por los primeros rayos del sol matutino que se levantaba por el este.

Inmediatamente mis ojos castaños se abrieron de par en par, sorprendentemente sin una pizca de somnolencia, y bufé al comprobar la hora en mi reloj de muñeca; eran apenas las seis. 

Cambié de postura, intentando acomodarme para dormirme una vez más, pero no surgió el efecto esperado. No me di por vencida tan fácilmente y de nuevo me volteé, sin embargo, mi mente estaba tan despierta que ni el mejor somnífero del mundo conseguiría adormilarme.

Aunque, una vez resignada, la visión que tenía ante mí era mucho más apacible que un sueño lúcido.

Justo delante de mí se encontraba Draco dormido profundamente, su rostro inundado de tranquilidad pese a sus ligeramente fruncidas cejas a escasos centímetros del mío. No pude evitar sonreír con ternura mientras inspeccionaba su esbelta y recta nariz o sus largas y rubias pestañas tan claras como su tez blanquecina donde no se podía encontrar ni un solo rastro ni indicio de arrugas o manchas pese a la edad. 

Recordé entonces con un poco de pena cómo de pequeña me preguntaban mis compañeros de clase en la primaria muggle cuántos años de diferencia habían entre mis padres pues, aunque tan solo fueran un par, mi padre al tener sangre mágica envejecía mucho más lento que mi madre. Cuando a esta se le comenzó a aclarar el cabello con las primeras canas, mi padre aún sorprendía a la gente cuando les decía ya tenía una hija de diez años.

Siempre había sido consciente de ello pero al ver la noche anterior que Scorpius era una copia exacta de su padre caí más en la cuenta. Cuando conocí a Draco supe en el primer instante que era el padre de Scorpius por el increíble parecido pero, si no hubiera sabido nada de la familia Malfoy, mi primera suposición habría sido que era su hermano mayor de, como mucho, veinticinco años.

Me sorprendí a mí misma sumergida en todos estos pensamientos con la mirada clavada en sus labios entreabiertos donde, sin poder resistirme, planté un corto beso tan sutil como un simple roce. 

Pensé que fui realmente discreta, no obstante, cuando me incorporé de nuevo pude ver como este se relamía la boca y acto seguido apretaba los párpados, bostezando. De un momento a otro, sus iris grises aparecieron con adormecimiento y, en cuanto se pudo ubicar lo suficiente como para distinguir que yo estaba ahí, sonrió.

—Buenos días, princesa —dijo, con voz ronca y vista pesada, volviendo a cerrar los ojos—. ¿Qué hora es?

—Muy temprano —murmuré, aprovechando la situación para darle un beso en la mejilla—. Vuelve a dormirte.

Como respuesta se limitó a hacer un ruido grave con su garganta y pasó su brazo alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él para abrazarme. Posé mi cabeza en su pecho desnudo, escuchando su respiración y el latido de su corazón, encontrando la pura felicidad estando con él y su embriagante aroma. Podría permanecer ahí durante una eternidad.

—¿Has dormido bien? —preguntó sorprendiéndome, pues creía que se había vuelto a dormir.

Levanté la mirada hacia él, viendo que pese a que me hubiera hablado continuaba con los ojos cerrados.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora